viernes, 21 de diciembre de 2007

Baño de inmersión

Por Muppet M
Ayer, un almuerzo abundante aniquiló la tarde a pocos minutos de comenzar: me caía de sueño y el sopor habitual de la oficina no colaboraba. Necesitaba aire, las ventanas no abrían y el cansancio digestivo anulaba la voluntad de tomar el ascensor y bajar. Así que
fui al baño a mojarme la cara a ver si con eso lograba despertarme.

El baño de mi trabajo no es un baño cualquiera. Es lujoso, con pisos de mármol, espejos, lavatorio, inodoro con mochila, bidet y, lo más importante, llave. Y como hay varios así, nadie te viene a tocar la puerta. Aproveché la privacidad para encerrarme a pensar qué hacer: mi jefa no estaba, tal vez podría retirarme temprano argumentando algún malestar. Pero eran las 4 de la tarde, faltando 2 horas para irme me daba no se qué gastarme el cartucho por tan poco tiempo y ya era tarde para hablar de un trámite bancario (¡¡deberían cambiar el horario!!).

Bajé la tapa del inodoro, me senté a meditar. Recosté mi espalda en la mochila del baño, la cabeza contra la pared, apagué una de las luces porque me daba justo en los ojos, pero igual los cerré para concentrarme mejor en las cosas que tenía que pensar. Y entonces pensé que paseaba 5 perros que de pronto me tironeaban como renos hasta una playa desierta, con sombrillas de arcoiris que al masticarlas tenían gusto a mango y banana y un morocho llamado Oswald me hablaba en un idioma desconocido y yo giraba alrededor de él mientras bailaba y aplaudía al ritmo de "es muy especial, es muy especial".

Hay un capítulo de Seinfeld en el que George Constanza se arma un búnker para dormir debajo del escritorio.
Creo que ayer inauguré una nueva etapa en mi vida.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Meditaciones metafísicas

Por Muppet M
Estoy absolutamente segura de que un genio maligno
habita en mi cerebro. Un genio maligno que puso micrófonos y
filmadoras para tomar nota todas mis ideas y ocurrencias (a cuál más
genial) y soplárselas a otros antes de darme tiempo de poder llevarlas
a cabo.
Es incalculable la cantidad de ideas que el genio maligno me robó y
nada podrá devolverlas, pero si en este universo de lo inmaterial
existe la Justicia, exijo reparación inmediata y desalojo del okupa
para que mi manantial de ideas sea sólo mío y de nadie más.
Al menos hasta que se me ocurra la manera de hacerlas cash.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

De NY a VO

Por La Mujer Imperfecta

Gracias a que no tengo impresora me hago amigos en el barrio: José del Locutorio, sin ir más lejos, ya sabe por la cantidad de páginas que imprimo si tiene que agregar un sobre de color manila para envíos o una carpeta para presentación de CVs. La Pequeña Mónica de la librería siempre recuerda que me gustan los anillados chicos con tapa azul y no negra, aunque quizás no sepa que es por una cuestión de cábala. Y el Coreano-Que-Me-Vende-Los-Clips todavía me saluda con un “¿Qué tal? ¿Todavía no se la publican?”. Habla de la novela que presenté en la editorial hace dos años. No me animo a decirle que me la devolvieron y que ni siquiera pasaron del primer capítulo.

Un barrio es, antes que nada, una construcción. Pero una construcción mental. Para sus antiguos habitantes, mi barrio es “un lugar de gente tranquila que se vino abajo desde lo de la autopista”. Mi vecina de enfrente no dice que vive en Ortúzar, sino “a tres cuadras de Coghlan”. Para las revistas inmobiliarias, mi barrio es una oportunidad inmejorable. En sus plazas se mezclan los Brian, los Johnatan y las Jenny con las Roberta, los Ciro, las Juana o los Ramón porque ahora resulta que esos nombres dan moderno. Quizás pueda encontrarse alguna Delfi o un Bauti, pero eso es más probable del otro lado de la Avenida.

En mi opinión, el gran acontecimiento histórico de mi barrio es la llegada del Jumbo. Como ocurre con los hitos trascendentales, al principio nadie le dio pelota. De a poco, sin embargo, nuestras vidas empezaron a cambiar y llenarse de cosas tales como los tomates cherrys, el arroz pilaf o el queso feta. Había comenzado nuestro proceso de palermización. Y si primero fue el Jumbo y no nos importó, mañana serán las casas de diseño, los restaurantes orgánicos y los bares con mozas de vinchas floreadas que te dicen “¡Dale!”. Pasado mañana estarán llamando a nuestra puerta y tendremos que pensar un nuevo nombre. A la Pequeña Mónica le gusta Altos de Ortúzar. A mí, en cambio, de todos los barrios de Nueva York siempre me gustó Tribecca. Seremos Ortecca, entonces. O Tribúzar.