domingo, 28 de febrero de 2010

Tipologías: el hombre zeta


Por Muppet M


Un hombre zeta puede ser un entrenador de gym, un mozo que se parte de lo fuerte que está, un profesor muy seductor, un traumatólogo muy cuidadoso. Cualquier hombre sexy sin impulsos coleccionistas y con una marcadísima vocación amatoria.
Nómades del amor, desapegados por naturaleza, para ellos las mujeres jamás son trofeos y las ambiciones nunca son terrenales (no tienen en su horizonte formar una pareja o una familia, comprarse una casa. Tal vez ya lo hicieron y les gusta estar en pareja, pero no es esa la visión que los guía). Como no son posesivos, no existe ganar o perder, aunque a veces puedan ser un poco losers (ese disfraz es más bien una treta) y es justamente ese desapego lo que los desvía del camino del macho alfa y beta y los termina depositando justo en la orilla del abecedario.
Los caracteriza un exceso de erotismo, ya sea físico, verbal o intelectual (sería una rareza toparse con un especimen que tenga los tres juntos), pero -al contrario de un sex symbol- no tienen la mirada puesta en sí mismos ni en gustar. Son narcisistas, pero de una forma extraña: son un poco esas mujeres que desean tener y después soltar.
Aman la belleza, las formas. Son profundamente sensuales. Les gustan las narraciones, las pausas, el juego, la ansiedad controlada, la certeza de que los cachondeos (más o menos extendidos en el tiempo) siempre llegan a buen puerto. Son muy tenaces y sostienen la ansiedad de la conquista con una paciencia zen y un nivel de detalle y memoria cercano al de un asesino serial.
Son fieles a su manera: cuando están con alguna de sus hembras están con todo el cuerpo, con toda el alma y con toda su mente, absolutamente entregados a esa única mujer y nada más, aunque después se vayan corriendo a la casa de otra tan exclusiva como la anterior.
Estaría de más aclarar que es hermoso toparse con un hombre zeta. Esa forma de mirar, de envolver con palabras cortas y al grano, esa percepción extraterrestre que les permite (escuchar?) una vibración imperceptible y con un bombardeo ultracomplejo logran que sea posible sentir toda la fuerza del universo en cada pausa de la respiración.
Los hombres zeta son ingeniosos en todos los planos de la vida y entonces saben conseguir un teléfono, cortejar, cazar con pocas herramientas. Estos Mc. Gyvers del romance son ágiles como Flash Gordon (saben aprovechar cada ventana de oportunidad) y a la vez laburantes como Mario Bros: se calzan el overol del amor sin problemas y dale que va.
Tienen ciertos códigos. Si bien faltan el respeto maravillosamente cuando corresponde, se ubican cuando hay que ser caballeros y te escriben mensajes como: "ojalá nunca me hubieras mirado así, pero entiendo que no puedas. Te mando el beso que nunca te voy a poder dar".
Es un ejercicio de autocontrol difícil la idea de un hombre tan creativo y servicial, la imagen de un Marlon Brando con pestañitas enruladas y la piel medio oscurita, con abdominales debajo de la remera, los bíceps rodeados con un tribal, muerto de ganas de estar con una, todo tenso y marcadito mientras aprieta el teclado del celular para escribir algún mensaje irresistible (aunque la tecnología los achancha un poco, a decir verdad: quemar la gorra a distancia lo hace cualquiera).

Los hombres zeta son, en síntesis, hombres objeto sin fallas (las falencias aparecen cuando hay relaciones entre sujetos, dicen). Si bien es imposible no enamorarse de ellos, no quedar con la cabeza relimada, existe un defecto kriptonita que al final resulta demoledor: los hombres zeta suponen un mundo playmobil donde es posible desarmar cualquier cosa y tenerlo todo. Y en ese impulso angurriento se olvidan de ceder algo, de entregar un poco a los sentimientos que inevitablemente surgen y que los confunde porque no saben bien qué hacer con ellos.

Por supuesto que también hay hembras zeta. Y aunque la tipología de esta especie de mujeres excede a este post, puedo decir que suelen encontrar irresistibles a los machos portadores de esa letra y que lo que más les cuesta es permanecer alfabetizadas cuando por dentro lo único que quieren es mandar todo al carajo y dedicarse por siempre a gruñir. O al menos por un buen rato.

miércoles, 17 de febrero de 2010