lunes, 10 de diciembre de 2012

Octubre rojo


El otro día me llamó la atención que estuvieran podando los árboles en pleno octubre, porque, según dicen, la poda sucede en los meses que empiezan con "M". 

Si no puede pasar lo que una vez me contaron: resulta que un chico le regaló una planta a su chica. Se separaron, esas cosas que pasan. Y la planta casi se muere de tristeza. Y ella también porque veía la planta cada vez más oxidada, con menos hojas, raquítica. Entonces una noche fue y podó a ver si se curaba. No podía ver cómo los tallos se ponían color ceniza.

Pasaron los días, pero la planta siguió igual. Ella regaba de puro obstinada, hasta que un día surgió un brotecito verde. De a poco, como una especie de musgo enredado, todo se puso verde: hojas nuevas, tallos cada vez más fuertes, raíces en el fondo de la maceta y puntitos rojos  en la punta de las hojas. 
Sólo faltaban las flores que esperaba que fueran muy rojas, espesas y brillantes, como las del vivero de la esquina de su casa.

Las flores aparecieron una mañana de lluvia y no eran como las del vivero, a pesar de que era la misma especie. No crecieron de a poco, sino que estallaron de golpe, rojas, con fragancia animal, rebordes dentados y una línea que dividía a la flor cerrada en dos. De costado, se podía ver que las flores dibujaban un ángulo cerca del tallo, como una mandíbula. Los estambres eran como periscopios que brillaban de noche y toda la planta se volvía una estrella roja. 

Cuando ella se acercaba a regar, la planta parecía estremecerse, doblar el tallo cuando le daba la espalda para ocuparse de las otras macetas. Doblaba las hojas y las flores se torcían como si ella que regaba su balcón fuera un sol de noche. 

Y habrá sido el viento o la tormenta inesperada lo que tiró a todas las macetas que una mañana quedaron apiladas contra un rincón, semi mustias. 
Con cada tormenta, la planta de flores rojas se volvía cada vez más gruesa y carnosa, imbatible hasta para las hormigas que hace tiempo ya no aparecían por ahí.

Un día, de la nada, la maceta se materializó al lado de su cama. Tal vez la había traído dormida para protegerla del viento. Las raíces sobresalían de la maceta, rugosas y al llevarla de regreso al balcón vio un camino de migas de tierra y el vidrio roto. La tormenta o alguien había tirado una piedra.

Un poco asustada dejó la planta el el balcón y fue hasta la cocina a preparase un té. Y mientras ponía el agua, ahí, detrás suyo, la planta de flores rojas la esperaba de pie a que ella se acercara un poquito más.


lunes, 3 de diciembre de 2012

Mi mundo cartonero


Cuando era muy chica tenía la costumbre de pedirle a mi mamá que me recortara todas las cosas que me gustaban de las revistas. Todavía está vívido el recuerdo de una publicidad de una libretita de Sarah Kay celeste sobre fondo oscuro y la desilusión de que al recortarlo de la hoja no se había materializado en una libretita de verdad.
Creo que ese fue mi primer contacto con la realidad de los objetos.

Pero el gesto de cortar y guardar se mantuvo. Tal vez más conceptual: me inspiro en algunas ideas, renuevo proyectos, me identifico con algo que leo, etc. No me interesa mucho la información como realidad en sí misma, sino con cosas que puedo usar para armar mi propio recorte.

Así que tengo una carpeta donde guardo todo tipo de cosas: viajes, lugares para visitar, paredes con alguna decoración para hacer algún día en otra casa, peinados, vestidos... El clipping empezó cuando era periodista freelance y tenía que pensar en sumarios para mi kioskito de revistas y diarios donde colaboraba y así fue creciendo.
Y aunque hoy existe internet, mantengo la carpetita acordeón intacta, sólo que se van renovando los recortes. Excepto por aquellos que me siguen interesando.

Y tiene algo de autodescubrimiento. Por ejemplo, me enteré que era fan de Lorrie Moore mucho antes de leerla siquiera. Tengo un artículo recortado de 2002 donde habla acerca del oficio de escribir.

Años después me la recomendó una amiga (ni me acordaba del recorte) y así empecé hasta que leí casi todo lo que tiene publicado. 

La manía de recortar también se aplicó a tomar notas de frases que me gustan, maneras técnicas de escribir, imágenes inspiradoras, esas cosas. Después no siempre entiendo porqué recorté o marqué algún párrafo. Tampoco importa tanto porque tal vez sea información ya procesada, parte de mí, de algún concepto internalizado o vaya a saber.

Así que entre mi cartonerismo encontré este pasaje:



"...Olena había aprendido a seguir la mirada de Nick, a percibir su lujuria y cuando por fin salía, aunque fuera para ir al trabajo, llevaba en la memoria los deseos de él. Miraba a las mujeres como las miraría él (...) de una manera furtiva o desembozada (...) contemplaba sus ojo y sus bocas y se preguntaba cómo serían sus cuerpos. Pero también era ella misma y por lo tanto las despreciaba. Le daban placer, pero también las hubiera golpeado (...).

Comenzó a ponerse prendas de Nick (...) para sentirlo cerca, para tratar de comprender porqué había hecho eso. Y en esta nueva empatía (...) creyó entender lo que era hacer el amor con una mujer (...)

¿Cómo podía ese hombre no amarla, no estar agradecido y maravillado? Ella era tan misteriosa, tan dueña de sí, un pensamiento no compartido daba brillo a sus ojos. Cualquiera desearía seguir con ella para siempre.
Un hombre enamorado, eso era un hombre enamorado. 
Tan distinto de una mujer. Una mujer limpiaba la cocina. Una mujer daba y ocultaba, daba y ocultaba, como algunos juguetes mecánicos."


(Lorrie Moore, Vida Comunitaria en "Es más de lo que puedo decir acerca de cierta gente").


jueves, 29 de noviembre de 2012

Palpitando el 2013



Es un poco pronto, ya sé. pero mi cabeza ya está vacacionando en otra parte lejos de la motosierra del edificio que están construyendo al lado.

Estos son algunos de mis planes para el 2013:


1. cambiar de celular
2. aprender a hacer ñoquis
3. tirar las revistas de decoración de 2005
4. me la reservo
5. dejar de tomar taxis (o menos)
6. descubrir si mi vecina de abajo está construyendo o no un reactor nucelar
7. terminar mi segunda novela
8. conocer Bulgaria 
9. comprarme un megáfono
10. Escribir 2 horas cada mañana (ficción o boludeces, no de trabajo)


jueves, 22 de noviembre de 2012

Vagando por las calles


Como todavía estoy renga, camino despaciiito: de la kinesióloga a casa y viceversa. El resto, taxi. O, si estoy muy motivada, transporte.

Miro bastante el piso porque es no es tan fácil arrastrar una pierna que pesa un kilo más que la otra. Bueno, este fue el safari de hoy:

Mother earth


Que me garúe finito

y que no me dejen plantada 

en el reclamo infinito


jueves, 15 de noviembre de 2012




- Vení, pasá por acá. Ponete la bata y esperá en la sala.

Entro al cambiador y sigo las indicaciones. Podría esperar adentro hasta que me llamen, me incomoda un poco que el velcro se me abra del costado. 
Afuera se escucha una receta de mojitos de toronja que pasan en la tele. Da igual donde espero, pero prefiero hacer caso en todo. 

En la sala de espera hay cuatro mujeres, tres de ellas con el mentón en dirección a la tele, los brazos cruzados y la cabeza en otra cosa. Tenemos entre treinta y sesenta y la misma bata cubriendo el torso. Cruzamos algunas miradas solidarias.

La cuarta está vestida y sentada en un rincón. No mira la tele, disca números en el celular, se arrepiente, se agarra el pelo. Tiene rulos vaporosos y un vestido liviano. La sala tiene poca luz y una a una van llamando hasta que quedamos la mujer del vestido y yo.

Ahí en su rincón empieza a llorar despacito. En la tele, el cocinero revuelve el mojito de toronja con un mar turquesa de fondo. 
Me acerco y la abrazo: "es mi hija la que está mal," dice y aunque me da verguenza yo también lloro. Nos quedamos así un rato hasta que me toca el turno. 
Cuando salgo de mi estudio, ella sale del toilette, todo lo recompuesta que puede. Detrás de las puertas vaivén la espera la hija -tendrá veintipico- y ella tiene que ir a contenerla.

martes, 6 de noviembre de 2012

Mi pie izquierdo




Este es mi segundo esguince en el mismo pie, el tercero si contamos que tengo dos piernas.

Si los esguinces son como los tatuajes, prefiero detenerme acá y que quede impar la cosa.

Lo bueno de tener un blog es que puedo rastrear algunos eventos, como por ejemplo que mi esguince anterior sucedió el 20/08/2008, en una fiesta muy bizarrara de trabajo, donde un trencito me llevó a pisar mal y terminar la madrugada en la guardia del Hospital Alemán.





No sé la fecha exacta del primer incidente, pero sí me acuerdo que fue en la esquina del Carlitos de Gesell, a los dos días de empezar mis primeras vacaciones con amigas. Tenía 18 y demasiada adrenalina. 
Era la prehistoria del rock chabón, las banditas iban de gira por la playa y todas nos agarramos alguno: la más pelirroja y hermosa salía con el de los Caballeros de la Quema, otra con alguno de La Renga y yo era groupie/medio novia del bajista de una banda que no prosperó pero que ese verano estaba en auge. 

Después del reposo me hicieron un yeso "waterproof" pero si me metía al mar se me hundía la bota (aunque le pusiera una hermosa bolsa para cubrirlo), así que me pasé el verano en la lonita y de la mano de mi chico bajista que se afeitaba la mitad de la barba y la otra mitad se la dejaba crecer.


Debo decir que ese yeso me lo firmaron casi todos. Una pena que no lo guardé: era un trofeo del rock n´roll nnnenen. 



jueves, 1 de noviembre de 2012

Fina stampa





La ropa tiene un kilometraje implícito: el jean es todo terreno, el pijama tira hasta la puerta de abajo, las ojotas van unas 5 cuadras y la planta del pie en mi caso no va más lejos que la puerta de la habitación. 


Pero la joguineta tiene un ancho de banda indefinible: sirve para trabajar, para dormir, pero también para bajar al chino o pasear al perro. 
Si en algo se destaca la joguineta es su propiedad intrínseca de rebote: vas y venís. Por eso también te puede llevar al banco, a la prepaga y hasta algún viaje relámpago en auto.


Las joguinetas deberían venir con un timer: más de 5 minutos o 5 cuadras y después se autodestruyen.


Sino puede pasar como el otro día que me bañé, me calcé mi joguineta favorita (disimuladora, de violeta furioso, calentita, de algodón y con tiritas ajustables) y así estuve todo el día sin darme cuenta de la hora. 
Salí apurada y apenas crucé la avenida algo cambió para siempre: de un lado, yo con pantalón de puños, maxi ojotas y remera con estampa; del otro,  mi impunidad atropellada por el 152.



jueves, 25 de octubre de 2012

El bobo entusiasmo



Aa pero si hay algo que me pone los pelos de punta es mi incapacidad para cortar el rostro.
Tengo dos problemas: soy despistada y cero rencorosa.

Esto en teoría debería ser una virtud: estoy rociada en fritolim ante cualquier situación molesta de tener que cruzarme con gente que no me interesa.

Sin embargo es un defecto no ser reconrosa, porque entonces me pasa, por ejemplo, que me cruzo con un ex (jefe idiota, novio, amiga) y lo que me sale es saludar con simpatía genuina para incomodidad del otro.
Después me quedo regulando "debería haberle pintado la cara" y cosas así, pero en el fondo si no tengo un problema con esa persona porque no me importa más, ¿por qué no saludarla como cualquier otra, preguntarle cómo está, felicitarla/o por su trabajo nuevo y desearle suerte en sus cosas?
  El problema es que la gran mayoría de las veces quedo pagando: en general el otro sí es rencoroso y resulta que yo quedo desubicada por alegrarme y darle buenos deseos.
Suena muy Flanders, pero en general creo que todos se merecen estar bien. Sobre todo si le toca buena suerte a algún infeliz que seguramente lo arruinará todo muy pronto.

Pero, bueno, siempre me queda un no se qué después de cruzarme con esta gente enroscada. Termino en el  offiside permanente por saludar y alegrarme. Me reprocho "no tener más orgullo" ante un otro que primero te hace un falso y después el vacío.
¿Qué sería el orgullo en este caso?


Lo peor es que la próxima vez que me cruce con un ex-nadie muy probablemente me pase exactamente lo mismo: me alegraré por sus novedades y volveré a quedar en offiside por mi bobo entusiasmo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Call me now


Cada vez me molesta más hablar por teléfono. Me da pereza, por sobre todas las cosas y cada vez sé menos qué decir. Parte de mi familia vive lejos, pero casi nunca nos llamamos, es todo por mail. Es una fiaca el silencio normal de la falta de costumbre, aunque nos hayamos visto hace 3 semanas. Hablar por teléfono es un embole. Y jamás pensé que me pasaría una cosa así; de chica y no tanto las peleas territoriales con mi vieja por el teléfono eran feroces. Tanto ella como yo nos colgábamos HORAS a charlar con amigas o yo con algún novio.

Hoy NADIE te llama sin pedirte permiso. Es un desubique como mínimo que te llamen a tu casa sin avisarte antes que te van a llamar.
O al celular. A menos que sea un llamado funcional, no existe que te llamen al celular (al menos en mi grupo etario).
Es un desconcierto generalizado la torpeza de qué hacer con lo llamados por teléfono. ¿se hacen o no se hacen? ¿Cuál es la etiqueta adecuada? ¿Cuánto está bien hablar? 
 
El llamado es invasivo, inquieta. Ya nadie espera un llamado (ah, cuando había que dejar libre el teléfono porque iban a llamar...) y casi nunca es alegre: un llamado es para darte coordenadas, pedir algo, hacer algo, etc. Puras instrucciones. Un mail o un chat sí lo espero: siempre va a ser recreativo y agradable toparte con alguien con quien hace mucho no chateás.

Pero hay algo más en lo tranquilizador de la palabra escrita: se lee con la propia voz, no hay invasión ajena del otro lado del éter. La propia voz es todo lo que queremos escuchar y a lo que estamos acostumbrados; un llamado es un gong que nos despierta del monólogo interior permanente. "Nos vemos en un rato" en un mensajito donde yo misma me veo con otro en un rato. En cambio si me llamás y me decís que me vas a ver en un rato, es distinto. No sé si mejor o peor, pero es distinto.


lunes, 24 de septiembre de 2012

Servicio a la comunidad


Lo admito: me googleo (vamos, quién no). Un poco por vanidad, pero básicamente por curiosidad.

Y así es como descubro la existencia de ciertos sitios que publican todos los datos personales de uno como si fueran propios. Y por más que un DNI no es ningún secreto, me violenta que existan estos sitios. Sé que la vida online tiene el precio de un ida y vuelta inmanejable, pero algunas cosas deberían tener más misterio. Si alguien quiere saber algo que se tome alguna molestia, no todo puede ser tan fácil.

Así que agarré y llamé a estos sitios, pedí que dieran de baja los datos que nunca autoricé que subieran como contenidos propios. En otros casos, había que llenar una solicitud por escrito (encima eso) y en otros ni siquiera te daban la opción.

Con la pezuña rascando la tierra y el humo por la nariz entré a navegar y decubrí algo que seguramente otros ya deben saber pero yo no lo sabía: que podés pedirle a Google que te saque de algunos sitios. 
No sé si servirá o no, pero por lo menos me entretuve. Así que aquí va mi pequeño servicio a la comunidad por si alguno quiere intentar remover sus datos de sitios donde no quiere que figuren. 

Paso 1: ir a la solapa de privacidad (dentro de configuración)


Paso 2: ir a herramientas

 Paso 3: ir a panel de control


Paso 4: ir a presencia en internet / cómo eliminar contenido no deseado 


Paso 5: ir a eliminar contenido de otro sitio




Paso 6: ir a herramienta de solicitud de eliminación de URL pública de Google



Paso 7: Pegar la url para actualizar los datos 




Y ahora a esperar a ver qué pasa (para verificar, limpien el caché de la compu, of cors).

Avisen si funciona.



viernes, 21 de septiembre de 2012

Desde el aire: acá está


El sábado pasado (15/9) se presentó la novela "Desde el aire" escrita por Mariela Ghenadenik (AKA: Muppet M. AKA: moi).

El evento estuvo buenísimo. Hubo algo de familia que viajó especialmente a mi segundo hogar (=NY), familia que ya estaba por ahí. Escritores de NYU, curiosos y hasta mi psicóloga (pura casualidad).

Una de las cosas más lindas que se dijo del libro es que en cada línea se nota que hay puesto mucho deseo. Y sí, coincido. Escribí la novela con mucha pasión, a lo largo de diferentes momentos de mi vida donde hubo de todo. 
Y acá está. Me siento como cuando en el Rey León levantan en brazos a su primogénito. 

Sin más, lo presento:




viernes, 7 de septiembre de 2012

“Desde el aire” se presenta en NY







El próximo sábado 15 de septiembre a las 19.30 horas, en la librería McNally Jackson (52 Prince St.,NY) se presentará Desde el aire, la primera novela de la escritora argentina Mariela Ghenadenik. 

Editada por Díaz Grey Editores, la novela cuenta la historia de dos mujeres que parecen saberlo todo sobre ellas mismas, pero que en realidad no saben casi nada y bucean sus confusiones a lo largo de un relato por momentos oscuro. Ofrece una mirada por completo lúcida e impiadosa acerca de ciertos ritos urbanos donde los personajes desovillan sus neurosis, en una trama narrada desde una voz poderosa e infrecuente dentro de la actual narrativa argentina.

“Una comedia triste y sorpresiva, por momentos sórdida, ligeramente introspectiva, ensamblada a través de las pequeñas tragedias de personajes que bien podrían ser como nosotros. Mariela Ghenadenik -de quien alguna vez se dijera que es el secreto mejor guardado de la llamada Nueva Narrativa Argentina- construye una trama en la que los lectores parecemos mirar las cosas desde afuera -o desde el aire-, sabiendo que en el momento menos pensado podemos caer en picada,” dice Félix Bruzzone en la contratapa. 






martes, 4 de septiembre de 2012

Hoy: presentación de la antología "Ante el fin del mundo"



Hoy 4 de septiembre a las 19 hs. en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) se presenta la antología "Ante el fin del mundo", compilada por Guillermo Tangelson.


Autores:

Florencia Abbate, Azucena Galettini, Julia Coria, Nilda Angeli, Silvia Schujer, Federico Simonetti, Alexis Javier Winer, Florencia Pacifico, Flavia Propper, Tomás Wortley, Gervasio Noailles, Roni Bandini, Matilde Wentzel, Gabriel Vommaro, Flavio Schiaffino, Ana Cecchi, Belén Caccia, Nelly Alvarez, Keki González, Fernando Chulak, Maximo Chehin, Matías Castelli,  Mariana Skiadaressis, Maxi Matayoshi, Mariela Ghenadenik, Guillermo Tangelson, Samanta Schweblin, Estrella Gioia, Hernán Pueyrredón, Pablo Toledo.



Delfín del mundo - Mariela Ghenadenik (extracto)

"Como la mayoría cree que el fin del mundo en Buenos Aires va a ser con un tsunami del Río de la Plata, lo que se puede hacer o no debajo del agua es un tema recurrente en el vestuario antes de cada partido de fútbol.  
Jugamos los martes, cinco contra cinco: Honguito, Rancio, Mudo, Joaco y yo contra Turbio, Facha, Lagarto, Cebolla y Gordo. Ninguno me cae demasiado bien; les digo amigos porque no tengo otros y con esto del fin del mundo nadie quiere hacerse nuevos."


lunes, 3 de septiembre de 2012

Regodeo





A veces escribo cosas en cuadernos. Gesto penoso si los hay, pero me sirve bastante cuando estoy empantanada. Aunque me cansa el gesto físico de agarrar una birome y un papel, mancharme los dedos de tinta y engrosar el callo de mi dedo, escribir me ordena y aclara tanto como caminar tres horas sin parar.




Tuve una época de mucha, muchísma rosca que lo único que hacía los fines de semana era caminar toda una mañana sin parar. Sábados y domingos sin importar la hora en que me hubiera ido a dormir. La consigna era hiperventilarme hasta no poder hilar una idea detrás de la otra. Caminar rápido a lo Forest Gump hasta que dejara de patinar la cinta.

Caminar es mucho más efectivo que sentarse a escribir con una cabeza tóxica. Pero si la rosca toca de madrugada no quedan muchas opciones y así es como acumulé mis oscuridades más vergonzantes en decenas de cuadernos. Mi promedio es 5 años, como las boletas de mi casa. Son hojas que pasan factura del pasado.


Pero existe un nivel aún peor que escribir cosas y guardarlas: sentarse a releerlas. Traer cosas que en otro momento fueron importantes y hoy me causan gracia, ternura, pena o bochorno. Nadie quiere escucharse a sí mismo, tener un archivo propio de un momento sin distancia ni autocrítica.

Una amiga me dijo que ella tiró todo lo que tenía porque si sus cuadernos la sobrevivían no iba a poder soportar el bochorno post mortem.

En mi caso no tengo tanto drama con que alguien lea mis idas y vueltas. De todas maneras me deshice de varios tomos porque verdaderamente no da que algunas cosas caigan a manos desprevenidas. 
De lo que no estoy muy convencida es de la intención de guardar los que sí guardé. Se basa en una idea un poco extraña donde yo muy viejita me releo sentada en una mecedora porque mis pocos afectos ya están todos deschavetados y no tengo con quién hablar. 
Un poco extraña por suponer que 1) yo sí voy a estar en mis cabales 2) me voy a entender la letra y 3) esos cuadernos pueden entretener a alguien.

Sospecho que los tiraré todos a la papelera de reciclaje. La idea del automuseo me parece aún peor que regodearse escribiendo cuadernitos.
Mejor salgo a caminar así puedo llegar a vieja.


lunes, 6 de agosto de 2012

Algún día


Detuvo el auto y me subí. Intenté distinguirlo, pero el recorte de su cuerpo se extendía más allá de las sombras. Recordé un sueño de la infancia: un hombre sin rostro, con capa y galera me invitaba a flotar por la ciudad en camisón como en un cuadro de Chagall. El hombre sin cara me tendía el sombrero y yo recorría la noche desde el cielo.

Comenzamos a bajar la rampa del garage. Otra vez el camisón. Mi cama era un auto que salía del estacionamiento a toda velocidad. Ahora, el movimiento del auto es demasiado sutil mientras dobla la curva antes de la rampa.

Miro al frente, el asfalto escalonado es lo único visible. Algún día, dice y yo en mi mente grito bingo. Ya dijo: tal vez, puede ser, quizás, es probable y quién sabe. Sólo faltaba algún día.

Bajamos la rampa a oscuras en caída libre. El auto levita, como yo en mi sueño, en el sombrero del hombre sin rostro. Las paredes se salen de plano, nos rodea una fuerza centrífuga. Las paredes chocan, yo choco contras las paredes y al fin me entrego a lo inevitable.

Está de espaldas y no sé si abrazarlo con las manos frías. Algún día vas a tener que creer en algo, digo mientras pienso que algún día yo también tendré que creer en algo más. 

martes, 10 de julio de 2012

Mediodía en China



Las manos, la postura, el eje. Lo que acecha cada mañana en el espejo. Estar abierta, sosegada. Ni una marca de nada. Atravesar los minutos sin pasarlos. Las fotos, los archivos, la precaución. Estoy hinchada, el yogurt, el excel, los acentos. Disimular: la cara que no me gusta, la ropa que me pesa en invierno, lo que no puedo disimular. Cinta a toda velocidad, música al límite, el espejo trota frenético. Cruzar la calle sin mirar a ninguna parte. Matemática a marzo. Lloro en la escalera, la profesora de geografía se acerca y huele a encierro. Las arrugas avanzan, tiesas. Numérense de mayor a menor. Estructura. Imbécil lleva acento. Las tenazas en mis trenzas. Me peina las orejas, le pido que no lo haga y me peina más fuerte. Aprender a ser diestra. Tener fea letra.

Quiero dormir, pero debo ser una persona interesante. Déficit de atención. Usar el otro hemisferio y tal vez ya sea mediodía en China. Pase al frente, no estudié. La profesora de geografía se acuerda de la escalera y sonríe con toda la sequedad de su piel. El papel secante absorbe un manchón de tinta porque la ventana era más interesante. De grande no sabré lo que quiero y descubriré que aprendí cosas equivocadas. Armaré una realidad paralela.

¿Dónde estás? Pregunta. Entiende todo. Deja que me vaya un rato, sabe que vuelvo. Me mira diferente a cualquier otra mirada y eso es todo. Si te miran cuando estás mirando, surge una hipnosis indestructible. Alguna vez dije yo te puedo mirar así, si me miraras te darías cuenta. Pero cuando existe un hechizo previo de nada sirve. Una vez le sostuve la mirada a un león durante unos segundos. Estaba detrás de un vidrio y bajé los ojos. Mirar fijo a un animal es la serenidad absoluta.

Ahora tal vez me quedo quieta y dejo de saltar a los hemisferios, el Ecuador donde viajo donde nunca estuve. Los ríos y las rías. Los valles en forma de U, la profesora de geografía. Eso es todo lo que sé. Enderezarme ser correcta abanderada poner acentos saber todo.

Me pregunta cómo me fue en mi propio viaje. En la ventana siempre hay cosas distintas. Dejo la lapicera, me recuesto en su hombro y llegamos a alguna parte.


lunes, 25 de junio de 2012

Desde las sombras






Le saco fotos a las sombras porque me fascina el dibujo involuntario, un carbónico que interviene de manera silenciosa, una memoria breve que se desdibuja en minutos.


Hace poco me enteré que existe una técnica que usa las sombras para crear obras de arte. No sabía.


Más en este link



martes, 5 de junio de 2012

El offside permanente


Aa, esa gente que hagas lo que hagas siempre te dan vuelta las cosas y se las arreglan para dejarte en un offside permanente. 
Te dicen "vení, vení. Dale, juguemos." Entrás en calor, te siguen de cerca para medirte la temperatura hasta que llegás ahí. Entonces frenan en seco y es uno el que se queda perdiendo, el que comete el error de no anticipar y comerse el amague. 


Para el fútbol está bueno que sean precisos, orfebres de la trampa, sushimanes del candor ajeno. Pero para el día a día, ese desconocimiento de la espontaneidad y de todo lo que funciona a sangre, agota. Después de unas cuantas veces, ya sabés que todo lo que tienen es una coreografía muy practicada de cómo actuar y dónde poner el pie. 


Vale reconocer que son impecables y que tienen un entendimiento profundo de cada tracción emocional. Admiro sus certezas, saben todo lo que hay que hacer para hacerte pisar el palito. Y si te das cuenta, saben que tienen dos caminos: jugarte la carta de víctima o mandarse a mudar. 


Lo que me enoja es lo poco competitivo que es toda esa manera de relacionarse. No juegan para ganarte, sino para perder un poco menos. 


Y eso es TAN de looser.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Por qué no puedo ser brasilera




A veces pienso que debería ser brasilera. Tengo caderas para sambar, me pongo dorada al sol, me encanta el abacaxi con hortela y soy devota de Iemanjá. también hace rato que en secreto hincho por ellos en los mundiales. Los envidio con el alma, pero qué otra cosa puedo hacer sino admirarlos. Sólo Tévez tiene tanto asombro al jugar. 


Pero dos cosas limitarían mi cambio de nacionalidad. Una es que no me sale gesticular tanto. Y la otra es que detesto el portugués. O, en realidad, el problema es que soy demasiado apegada al porteño. 


Buenos Aires es hermosa, tal vez la ciudad que más me gusta. Pero lo que más extraño cuando viajo es el idioma, la manera de hablar. Cuando aterriza el avión y alguien de tierra dice "bienvenidos a Ezeiza" a mí se me estremece el corazón de alivio. 


Muchas veces fantaseo con ampliar mis temporadas afuera y, más allá de otras razones, creo que la cadencia ondulante de nuestra manera de hablar es el canto de sirena que me mantiene cerquita.

lunes, 21 de mayo de 2012

No lo intenten en casa


Trabajar desde casa/free lance es genial y nadie lo puede negar. Pero si contás el lado B del tema se te vienen encima "te quejás de llena, qué más querés", etc. Sin embargo, el home working tiene sus aspectos bastante chotos que, hasta que no suceden en carne propia, parecen sólo un invento de la gente freelancer para que a nadie más se le ocurra armarse el kiosco en casa.

Trabajar en tu casa genera mucha fantasía alrededor: que te levantás a las seis de la tarde, que mirás tele todo el día o que te pegás una siesta eterna. Bueno: depende. La verdad es que esa opción sí existe. Tirarme en el sillón en pijama a leer una revista pedorra en la mitad del día es un guilt pleasure que se disfruta el doble cuando retrocedo y pienso en la cantidad de horas que intenté mantenerme feliz y despierta detrás de un escritorio y debajo de tubos fluorescentes.


Tus parientes +60 piensan que tenés tiempo de escucharlos durante horas por teléfono ("si total estás en casa"). No entienden que trabajás contrarreloj. Pero, sí, hay tiempo para mirar las hojas del otoño. No mucho, según el nivel de prusianismo que se tenga. Pero esos diez minutos en que te levantás de la silla para hacerte un té, en vez de perderlos al lado del Sparkling hablando con gente necia, resulta que pasás por el living, salís al balcón, respirás hondo, agarrás al vecino fumando el calzones y lo saludás de lejos. 


También, ya que estamos, qué le cuesta a uno hacer algunas cosas de la casa. Voy a la verdulería a despejarme y vuelvo y se te fueron 2 preciosas horas y toda la concentración. Total, el domingo me levanto a las 9 y lo termino.


Antes de convertirme en fully freelancer, hubo una época en la cual me vestía de Working Girl, pero una vez por semana hacía home office. Eso traía varios beneficios, aunque no del todo: tenía que hacer llamados y estar atenta a fingir un estado online que me impedía disfrutar la comodidad de mi joggineta en todo su esplendor. Le robaba tiempo a esas horas, me rebelaba de muchas maneras contra la obligación de estar inmóvil frente a la pantalla. Era la hora libre del colegio, la oportunidad para hacer todo lo contrario a lo que se suponía que debía hacer en horario laboral y cobrarme una indemnización adelantada por el malestar que me provocaba entregarle mis horas al otro y morirme de tedio. 


Aunque lo elijo, ahora no hay hora libre ni rebeldía y a veces que trabajo como una refugiada, sin horarios ni control. 


Sin dudas estar en casa la mitad del tiempo sin rendirle cuentas a nadie es maravilloso, pero muy solitario. 
No hablo de la compañía -prefiero estar sola y muda que fingir que me interesa la vida de gente que comparte mi tiempo sólo por decisión funcional- me refiero a la soledad del enrosque. A no tener límite para ocupar todos los espacios con ideas que no se proyectan ni tienen mayor relevancia. 

martes, 15 de mayo de 2012

Bochorno 2.0







Cometí un grave error: dije que sí a sincronizar mi agenda de gmail con el Linked in. Primero pensé que lo peor era recibir mails cada 28 segundos. 
Pero ese fue sólo el comienzo: gente que desconocía me empezó a aceptar la supuesta invitación a "conectarnos". Otros, respetuosos, me preguntaban de dónde nos conocíamos y ahí tocó dar explicaciones de porqué agregaba gente masivamente sin querer.
También pasó que algunos, suponiendo un potencial (laboral, supongo), sugirieron reunirnos cara a cara. 


Ahí recordé que el gmail guarda todo. Que mi impulso wall - e con todo lo que me rodea aún no había llegado tan lejos como limpiar mis contactos de mail. Ahora que me toca hacerlo me resulta más abrumador que una mudanza.


Pero tampoco todo terminó ahí. En ese magma de direcciones había, también y por supuesto, mails de ex (empleadores, compañeros, ex). Gente con la que ya no querés estar "en contacto". Alguno me agregó, no me molesta. Pero pienso en esos en los que no hubiera querido volver a contactar jamás. De pronto, mi nombre en su bandeja de entrada, el pedido (?) de que deseo volver a tenerlos en alguna dimensión de mi vida. La incierta probabilidad de que supongan que fue algo involuntario y automático. Me irrita imaginarme la nano satisfacción de alguno ante mi error, error. 
Nadie piensa que el otro es torpe, se piensa "ah, mirá, no puede olvidarme" o "se dio cuenta del error que hizo cuando renunció" o "jah, ahora quiere", etc. 
¿Cómo saber si es el inconsciente o la torpeza lo que actúa? ¿Qué es más poderoso? 


Algunos lo habrán deducido, otros, como el caso de este ex compañero bien garca, no: "así que ahora me volvés a agregar. Qué bien, yo todavía te estimo". 


lunes, 7 de mayo de 2012

Era (o ser) digital






Este fin de semana hice unas reformas en los placares de mi casa que consistieron en abrir unos boquetes para armar un espacio donde seguir guardando cosas.


Siempre me enorgullecí por ser bastante desapegada con los objetos en general, me asusta tener más cosas de las que puedo manejar y guardo sólo aquello que necesito o verdaderamente me importa. Por ejemplo: en mi biblioteca sólo hay libros por leer, dedicados o aquellos que me gustaron mucho y ahora que me regalaron un Kindle voy a ser aún más selectiva.
La música hace años que sólo existe en la computadora; el aparato de música se reemplazó por un coso que saca música desde el ipod. Regalé racks enteros de CDs y fue una liberación. Sólo me quedé con CDs autografiados o unos que un ex amigo me hacía especialmente para mí con tapas y todo.
Lo mismo pasó con las notas de mis años de periodista (scanee todas y chau) y en breve, la colección de películas de mi chico ultra cinéfilo pasarán a vivir dentro de un disco duro que se enganche a la tele.
Las fotos es lo único que no tiré. Las scanee, por supuesto, y mi espíritu fanático las organizó en carpetas tituladas: infancia, adolescencia, amigos, familia, viajes, etc.
Creo tanto en la ecología de los objetos que varias veces por año llamo al Ejército de Salvación o paso a mis amigas ropa/zapatos/carteras. Y a pesar de ser nostalgiosa, miles de cartitas, diarios adolescentoides, apuntes, etc. fueron a las bolsas que tocó estibar.


Cuando me mudé a mi casa actual, mi mayor orgullo era ser capaz de dejar unos cajones vacíos. Me angustiaba la idea de ser capaz de ocupar 4 placares con mi mismidad. Si podía dejar espacios vacíos entonces mi capacidad para lo nuevo nunca se iba a agotar.
Toda se me fue al piso mientras en el living se apilaban las vísceras de mi acumulación. Soy igual de enferma que cualquier ser humano, tal vez con impulsos de digitalizar mi vida entera y la estupidez ilusa de que no me angustia dejar espacios vacíos. 
La única diferencia entre un hoarder y yo es puramente cuantitativa.

martes, 24 de abril de 2012

Ché y amigacho


Esta nota me hizo pensar en las letras castellanas y que la ñ siempre tendrá más distinción que la ch. 


La ñ tiene una raíz en el origen de los tiempos, la ché es una melange de pobres bajados de los barcos. No podía pertenecer a la alta cultura por demasiado tiempo.

martes, 17 de abril de 2012

Never trust a man with a beard


Por qué un político, un CEO o un dentista no pueden portar una barba digna de un jefe? A mi alrededor, sólo mi médico y papá Noel tienen una cantidad respetable de pelo en la cara. También conocí pelilargos en la facultad que entretejían barbas con las rastas y los sweaters de llama todo en una misma madeja hasta ser un Tío Cosas.


El pelo en la cara es indicador de desarrollo sexual masculino, pero zona de combate ideológico. No es un tema de edad, ni de inclinación. Es mucho más que un pacto corporal con la sociedad -si puedo limitar mi barba, puedo administrar mi deseo por el prójimo-. Se trata más bien de orientación política y profesional: la barba de zurdo o de terrorista, el candado de vendedor de electrodomésticos, el bigotito nazi, los pelitos en el labio inferior o mentón de atleta sexual, la afeitada alta performance de empresario pujante de Puerto Madero, etc.


Yo pensaba que el vello era sólo un territorio de combate para las mujeres -la carencia de hirsutismo como garantía de mayoría de hormonas femeninas- pero ahora me doy cuenta que es el equivalente a la manicura en una mujer: algo que sólo quien lo porta y sus adversarios les otorgan valor. Una marca en el cuerpo tribal, pero socialmente adaptada. Una señal de lo que se es capaz de hacer con una navaja.


Por mi parte, soy fan de la barba Noel. Aunque parezca de linyera borracho, Chanquete o de gaucho malevo y a pesar del dicho que dice “never trust a man with a beard” para mí es todo lo contrario: creo en todo aquel capaz de alejarse unos metros del identikit policíaco y de los objetos cortantes. 
Queremos más hombres con barba que por un rato dejen de medirse los centimetros de piel descubierta.

jueves, 16 de febrero de 2012

La piel que habito

Necesito hablar de modistas y depiladoras. Discurso generalizador y no me importa: ambos oficios comparten una psicopatía que no entiendo bien.
Podría pensar que se trata de ocupaciones malditas, de clientas prepotentes que pagan por esclavizar a su mismo género. Pero esta clase de personas también frecuentan peluqueras, manicuras y pedicuras que, curiosamente, carecen del rasgo perverso que abraza a las mujeres dedicadas al corte y confección y a la normalización del vello corporal.

Un factor determinante podría ser el asco, pero rodillas, uñas, cuero cabelludo y humanidad en general pueden ser tan pulcras como roñosas según quién.

Podría ser el lugar de trabajo, pero manicuras y pedicuras son fakires nómades que se acurrucan donde el peluquero ordene.

Tampoco es un factor estar dentro de un espacio más privado lo que las lleva a actuar con impunidad; muchas veces toca hacer manos o color dentro de un cubículo y una modista en general destina un lugar de su casa para trabajar.

Peluqueras, manicuras, pedicuras, depiladoras y modistas, todas necesitan manipular el cuerpo ajeno para hacer su trabajo y no entiendo porqué no encuentro maldad las que manejan objetos cortantes o amoníacos en zonas sensibles como pies o cerca del cuello y la cara.
¿Tal vez la razón del autocontol se deba a manejar bisturíes y tijeras sobre la piel? Las modistas cortan y marcan sobre la ropa. Las depiladoras manejan material inocuo.

No hablo de TODAS las modistas ni de TODAS las depiladoras, sino de una generalidad a veces que encuentro en estas mujeres que por algún motivo me hacen sentir en un matadero cada vez que tengo que poner el pellejo.
Al principio me da empatía el peso de su sacrificio, las horas de pie, las nucas cansadas, lo que tienen que ver cada día. Solidaridad que termina cuando te retuercen el brazo durante dos horas, te repelen si querés más corto, más abierto, más ajustado, se enfurecen si volvés a pedirle que no te clave agujas en el cuerpo y siempre te acusan de adelgazar/engordar/estar hinchada/moverte. El cuerpo les pertenece, tienen razón ellas, saben más, hay que obedecer.

En mi opinión, las depiladoras tendrían una vuelta más de rosca: estás en una camilla a su merced, te discuten a muerte que la cera no está a punto de hervir, que es imposible que te duela ahí donde duele, que es responsabilidad tuya si te duele, que te falta autocontrol, dirán.
Tiran, retuercen, queman, hunden las uñas, te dan cachetaditas fuertes para "calmar el dolor", te dejan roja, insolada, las indicaciones son pellizcos en la pierna para que la dobles donde ellas dicen, incapaces de pedírtelo.
Sos muñeca de trapo, maniquí, pedazo de carne. Lo someten a sus agujas vudistas y su sadismo de cerca caliente.
Odian el cuerpo ajeno. Odian mi cuerpo y no entiendo por qué.
Tal vez el factor es la piel. Cubrirla o descubrirla. Debe ser eso.

lunes, 6 de febrero de 2012

Tort muñec


Tengo que decir que en realidad soy muy, muy torpe. Aunque aprendí a vivir con eso, no me lo puedo explicar del todo. No encaja con el resto de mi personalidad, no es vagancia, apuro, impulsividad ni falta de onda.
Por ejemplo, me tomo el tiempo para hacer una chocotorta; planifico qué día tengo que hacerla para que macere bien y quede rica. En el supermercado cuento la cantidad de galletitas que viene por envase, grafico con los paquetes en mano más o menos para cuántos necesito, qué tamaño de porciones voy a servir (generosas, con mucho relleno, que siempre sobre, etc).

Dejo todo listo un día antes, delantal con imágenes de sílfides incluido. Descanso como buena deportista, pongo música y agarro el cucharón.

Es cierto, la torpeza no encaja con mi obsesividad, perfeccionismo, etc., pero pensándolo bien sí cuadra con mi credulidad, una de las características imperdonables del torpe. Siempre pienso que ESTA VEZ no voy a tirar el Nesquik sobre la mesada mientras trato de pasar una taza a un contenedor con la boca 4 veces más chica. Que no voy a chorrear el dulce de leche en los azulejos al sacudir la espátula, que no voy a romper nada ni me voy a quemar la panza si llevo en un mismo viaje un bowl de vidrio, 4 huevos (para otra cosa), una pava caliente y 3 potes apilados.
Cuando esto pasa tengo que interrumpir el proceso, pasarme crema con nitrato de plata para la quemadura y no desanimarme.

Dicen que cocino bastante bien ("cocino" es el verbo para hablar de una chocotorta). Pero aunque lo intente la presentación siempre es un asco. Claro, como buena torpe ejecuto como me sale y no calculo el peso de 3 capas de chocolinas más un kilo de relleno sobre un recipiente preparado para un bizcochuelo.
El torpe se da cuenta después que la bandejita de la casa de cotillón se dobla como un sauce. Y ahí es cuando me sale el simio de adentro: busco algo que me sirva de soporte. Pero ya es tarde para trasladar la torta porque la chocotorta no se desmolda, es en su recipiente.

Lo lógico hubiera sido bajar a comprar otra/s bandejita/s y que entre todas armar una base más sólida. Pero el torpe siempre tiene miedo de abandonar la escena.
Lo único que encuentro es una fuente de la abuela, de esas ovaladas de porcelana, guardada en la alacena de más arriba, ubicada entre una mesa de cocina y una heladera, a la cual llego sólo trepada a un banquito de plástico (el torpe es ansioso, no busca una escalera). La bandeja está debajo de otras 3 y una sopera, detrás de dos jarras, un jarrón, una cafetera, copas, todo de vidrio. La alacena está al lado de un microondas que, como es un poco grande y viejo, no deja abrir la puerta del todo.
Pero soy omnipotente y por eso soy torpe: creo que puedo sacar la bandeja de ahí sin mover las demás cosas, entonces manoteo, tironeo, atrapo en el aire.

Mientras tanto, el relleno chorreaba la mesada de la cocina. La solución era darle frío, pero como buena torpe soy exagerada, las galletitas cubrían toda la superficie del molde, el relleno inundaba el reborde caladito de la bandeja. Al menos soy consciente de mi torpeza y pienso en cómo evitar accidentes. La decisión, en vez de poner mi creación en el estante de más abajo por miedo a que se me cayera al piso, fue ubicarla en el de más arriba. Cuando fui a sacar la torta, el relleno había goteado a través del calado y enchastró uno a uno cada estante y tupper que estaba debajo. (El torpe nunca piensa que va a haber consecuencias).

Saco de la heladera, limpio, pruebo el nuevo soporte. La fuente es ovalada, la torta es rectangular y una arriba de la otra se resbalan. La siguiente idea entonces es cortar la chocotorta en porciones y reconstruirlas en la nueva fuente. De paso se limpian los rastros de relleno desbordado.

Si hay algo que el torpe sabe es disfrazar las idioteces que hace. Y como antes ya había tenido que camuflar unas galletitas mal ubicadas, usé el viejo truco apache de bañar la torta con chocolate. El torpe es megalómano, la torta es gigantesca: dos barras no alcanzaron y, a pesar de que no se debe
abandonar la escena, el orgullo pudo más, me bañé el enchastre y compré más chocolate. Por un momento pensé en tirar todo y empezar de nuevo, pero soy narcisista, quiero aplausos y la ventana de tiempo de maceración ya se me estaba terminando, así que sólo quedaba enmendar el error.

La idea de cortar la torta en porciones era buena, lo malo fue la ejecución (el torpe tiene mal timing): en vez de trasplantar la chocotorta al nuevo recipiente, se  me ocurrió terminar el baño de chocolate en el recipiente anterior (la lógica fue: nuevo plan, mejor no ensuciarlo). Pero cuando corté las porciones el chocolate estaba duro y las galletitas muy húmedas. Una buena combinación general en otras circunstancias.

No todo es tan malo en la vida del torpe: debo rescatar la capacidad de hacer pasar la inutilidad por una creación gourmet. Ahora mi error se había convirtido en un nuevo concepto de postre: la chocorrota.
En Olsen seguro que funciona.

lunes, 30 de enero de 2012


Hoy te apuré
(estaba tan sensible)
son espejismos que aumentan la sed
si adelanté no me hagas caso
a veces no puedo con la soledad


(Lago en el cielo - Cerati)


Anoche soñé que encontraba un cachorro recién nacido y sediento. No sabía si abandonarlo o darle agua, así que optaba por mojar mi dedo índice en leche y darle calor hasta que dejaba de lloriquear. Mientras lo acunaba, me fijaba si sonaban mis celulares (tenía dos) y ambos estaban en blanco, sin señal.

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Cuando voy por la ruta siempre caigo en la misma trampa visual de creer que unos metros más adelante hay un charco de agua. Espero en vano el siseo húmedo; después miro atrás, imagino que quizá las ruedas secaron el agua. 
Más que perseguir algo equivocado se trata de ir detrás del vértigo: tal vez alguna vez sí haya agua en el charco de asfalto.

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Cada tanto me concentro en los márgenes del camino, en los pastos crecidos y las flores doradas. Si levanto la vista, a veces en el medio del campo surge un lago con agua de verdad. Freno el auto, camino descalza y mientras floto al sol dejo de tener sed.