viernes, 27 de febrero de 2009

Prometo que es lo último

Por Muppet M

(Ya está. Tres post de catarsis son suficientes) (Volví a los colectivos).

No sé qué me gusta más, si que usen guantes o el final cuando el vigilante le acomoda la falda a la señora.


martes, 24 de febrero de 2009

Cosas que leo cuando estoy inmovilizada en algún subte

Por Trotamundos
Los hombres fríos destruyen a las mujeres. Las cortejan con algo afable que sacan para mostrarlo, algo anexo a sus almas como un invernadero falso. Te llevan hacia él y crees que ves la vida y la vitalidad y el sol y el verdor y después, cuando los amas, te llevan a su verdadera alma, un salón lleno de corrientes de aire, arqueado y abovedado, un lugar que se burla de tí con sus ecos... Oyes como todo lo que has sacrificado, todo lo que diste aterriza con un ruido sordo y fuerte. Cierra el invernadero con llave y pronto tú eres tan chiquita como una figura desdibujada en un plano de arquitecto, un borrón sin cara, una mancha de miembros como palitos, abandonada en un voluminoso desierto de piedra.
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- Tu padre escribía música (...) pero nunca la compartió con nosotros (...) A pesar de su talento, o tal vez porque lo tenía, oía sólo la maquinaria, los sonidos metálicos, los chisporroteos. No sentía nada. Ninguna compasión (...) y yo creía que crear algo era necesariamete un acto de amor o compasión.
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Ella llora, derrumbada sobre la cómoda y sueña que alguien por detrás se inclina para sostenerla (...) Pero no hay nadie, sólo mi padre, sentado del otro lado de la habitación (...) tiene los brazos cruzados detrás de la cabeza como un hombre de vacaciones, pero no está relajado. Sus rasgos se acomodan en lineas rectas, violentas.
- Tu parálisis (...) -llora mi madre- es algo que tal vez no puedes evitar, pero tu frialdad es algo que tú le haces al mundo
Él levanta un pastillero de porcelana (...) lo arroja con fuerza, lo estrella contra la pared.
- Eso es lo que tengo que decirte. No pienso tener nada que ver con esas escenitas tuyas.
Y se va, cierra la puerta de un golpe.
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Ten cuidado con un hombre que dice que te quere, pero es incapaz de una confesión apasionada, de derretirse en un sollozo. Eso es lo que anda mal con la gente fría, no tienen hielo en el alma, sino que insisten en que cada una de sus palabras, cada uno de sus actos, sean un espejo de ese hielo. Nunca aprenden la belleza o el valor del gesto. La necesidad emocional. Para ellos, todo es sinceridad, sinceridad antes que belleza, verdad antes que arte. El amor es arte, no verdad.
(Lorrie Moore, "Lo que se llevan", del libro Autoayuda)

miércoles, 18 de febrero de 2009


Por Muppet M

Qué maravilla de ciudad. No me había dado cuenta de que que nos quedamos sin ItalPark porque era innecesario, porque tenemos todo para divertirnos: el tragamonedas en el colectivo, la montaña rusa en el tren y el Matterhorn en el subte. El más copado de todos, aggiornado al after hour. Nunca más voy a la Cream Fields: tengo la rave cada mañana y ¡por $1,10! Sólo le faltan las luces negras y, ahí sí, sale como trompada de Matterhorn cuando desnucó a la nena.
A nadie se le había ocurrido armar joda bajo tierra, pero a la ciudad sí y por eso puso molinetes. Porque los verdaderos revientes tienen que ser en lugares donde nada se distingue bien.
En ningun lado la paso mejor: avalancha, pogo, nada de campo vip; entrás derechito al centro del vagón a empujones solidarios. La música electrónica suena bien, es bien repetitiva: "Metrovías está probando sus sistema de audio." Yeah! Una vez adentro se te olvidan las neuronas, todos están tan colocados y la vibración es excitante. Es una comunión con el otro, somos uno, somos una gran flor de loto humana, mi brazo en tu brazo, la rodilla se me enreda en tu botamanga. Desde el aire debemos vernos hermosos y coreografiados como un video de Mambrú.
Eso sí: acá no se salta, pero respiramos al unísono. Abren la puerta: inspiro. Cierran la puerta: exhalo. El que se desincroniza tiene prenda y respira la bocanada del de al lado que aún saborea el madrugón en el paladar. Jaja.
¡Los beneficios no terminan ahí! También hay práctica de yoga: saco el libro, saltosaltopintopinto, descanso el codo en el único hueco posible que queda en el hombro de la señora de rulos "sí, nena, apoyate." La estética tampoco se descuida: en estas cámaras hiperbálicas, el calor colectivo acelera la eliminación de toxinas y juventud not dead.
El subte el insight nunca termina, la alienación moderna atrásatrás, se desintegra en cada pechito con pechito. ¿Bailamos? No, no. No señor, acá no se baila, acá nadie canta, pero muchos tocan. Somos cachorros cieguitos y nos adivinamos las protuberancias dudosas. No nos miramos tampoco, somos vaquitas de ruta, desenfocadas. Somos anchoas saladitas de transpiración. Somos la topadora del rocknenenen.

lunes, 9 de febrero de 2009

Por Muppet M

Iba en el subte y en el andén percibo que un chico me mira, que insiste. Como si me hubiera dado tortícolis, giré mi cara para el lado contrario de donde viene el subte. El chico igual sigue mirando. Entramos al vagón, se me pone dentro de mi campo visual y yo intento neutralizarlo mirando para abajo. Al fin se anima y me pregunta si yo era yo. Levanto la cara y le respondo que sí, que yo era yo. Apenas sonrió lo reconocí: era un amigo de mi hermano a quien yo no veía hacía no sé cuánto tiempo. "Qué grande que estás," me dijo antes de contarme una síntesis de su vida, todo lo que se puede en una estación porque me bajaba en la siguiente. Como yo no recordaba el mail de mi hermano, le di el mío y nos despedimos.

Cuando se cerraron las puertas, la alarma fue como una señal de largada para que se dezippearan los archivos y entonces recordé perfectamente todo: que había sido muy, muy amigo de mi hermano mayor, que prácticamente vivía en casa como todos los amigos de mis hermanos, quienes vigilaban que sus amigos siguieran de largo después de que se frenaran a monitorear cómo iba creciendo la hermanita. Y que mi función en aquella época, en una ecosistema copado por hombres, era hacerme invisible: esquivar pelotazos, no pasar por delante de la tele, no cambiar de canal, no tocar las guitarras, ni el equipo de música, no pisar las fichas del Teg, no alentar a nadie en ningún torneo de videogame, no pasearme mucho en camisón, etc. A veces, la horda masculina notaba que me había planchado el pelo, por ejemplo, o me pedían que les convidara cuando preparaba alguna chocotorta. Después de unos años, que les presentara amigas.

Pero este viejo amigo del subte era distinto. Tan educado que mi mamá lo adoraba: siempre saludaba, por ejemplo. Y a mí también me saludaba: se paraba en la puerta de mi habitación, me daba un beso en la mejilla y me preguntaba por mis cosas, el colegio, los juguetes. Yo aprovechaba la diferencia de edad (yo 12, él 18) y usufructuaba su buena disposición para hacer todas aquellas cosas divertidas que ninguno de mis hermanos ni ningún chico de mi edad se hubiera dejado hacer: upa, caballito, que me revoleara por el aire, ponerle hebillitas en el pelo.

Una tarde yo estaba mirando tele en el sillón. Calculo que en shorcito porque tenía las piernas descubiertas. Yo estaba de costado, con las rodillas medio ovilladas, medio dormida. Mi hermano estaba en su habitación y este amigo fue hasta la cocina a buscar un vaso de agua y cuando volvió se acercó a saludarme. Me dio un beso en la frente, se sentó en el sillón al lado de mis pies y se puso a mirar los dibujitos conmigo. En un momento hizo algún comentario y dejó de mirar la tele. Otra vez la misma insistencia del subte, que yo ignoraba con la vista fija en las propagandas de juguetes.
Se inclinó un poco, apoyó un brazo en el respaldo y me acarició el pelo con disimulo. Acercó un poco más el cuerpo, pero sin tocarme, y el sillón me empezó a picar en las piernas. Traté de seguir el programa, pero dejé de mirar la pantalla para mirarlo él, que tampoco se movió y nos quedamos como estatuas, la punta del algodón del short que se rozaba con el jean a la altura de su rodilla, la mano de él en una parte de mi pelo que se desparramaba por el sillón. Mudos, respirábamos fuerte.
En el andén me quedé inmóvil mientras veía las luces del último vagón, sofocada por el agobio del viento caliente del subte. Salí a la calle, se me rompió la tira de la sandalia y después de una cuadra me quité los zapatos.
El frío y el calor de las baldosas fue lo único en lo que podía pensar. En eso y en que estaba caminando descalza en la ciudad por primera vez en mi vida.

jueves, 5 de febrero de 2009

Por Muppet M

Hace rato que ya no es posible abrir la puerta de calle desde arriba (salvo casos muy excepcionales). Y esta nueva realidad a la que hubo que adaptarse no sólo perturbó la comodidad, sino que trajo otra clase de complicaciones, como vivir con menos espontaneidad. Para ciertas aventuras hay que tener un edificio con seguridad las 24 horas; como el caso que me contaron, de alguien que vive en una torre y por eso puede hablar de anécdotas acerca de cómo cumplió la fantasía del mensajito de texto esperame con.

También se vive todo con menos dramatismo, porque si tenés que bajar a abrir no podés echar a nadie dando un portazo cuando todo se terminó. Hay que respirar hondo y mirar la pared del ascensor pase usted, después de usted y tratar de no pensar en metáforas berretas descendemos despacio y es irreversible. Las tramas que se imaginan son pegajosas si abro la puerta y nos quedamos acá para siempre y veo cómo tus labios tiemblan tristes, descubro algo nuevo después de tanto tiempo. Vivimos acá, juntos. A veces me imagino cómo sería vivir en lugares imposibles.

Hay cosas que ya nunca van a suceder, como que alguien se arrepienta y toque el timbre, grite por el balcón no puedo vivir sin vos. El trayecto hasta que se baja a abrir mata cualquier arrebato.
Nadie se pelea en un ascensor. El miedo a que se caiga supera cualquier arranque. Sólo queda mirarse fijo y no decir nada que altere la tensión, después bajar la mirada, ver de reojo que al otro le tiembla el labio. Nada de llantos, que el otro tenga que abrazarte. Hay que ser civilizados y contener la respiración como si en vez de un ascensor se estuviera dentro de un submarino.
Se abre la puerta, ¿quién pasa primero?

Silencio antes de echar llave. Alguno de los dos quiere que ese momento ya no se dilate más. Y el otro sí, ve en esos segundos la última oportunidad de cumplir un último deseo. Es raro saludarse también. Un beso en la mejilla es artificial, pero inevitable. Como el primer beso, pero el último.
El labio desdibujado se ve distinto. Cuántas otras cosas desconocerían ya de ambos.

Se cierra la puerta de calle y es extraño ese primer momento cuando se empieza a sentir la distancia. Y otra vez, las imágenes para describir cualquier aspecto de la escena son absolutamente olvidables.

Si volvieran los timbres tal vez habría historias más interesantes para contar.



Taller de narrativa (cuento y relato)



Desde 2007, Maximiliano Tomas y Diego Grillo Trubba dictan un taller de narrativa (cuento y relato) para todos los niveles.El taller se extiende desde marzo a diciembre, y está dividido en dos grupos: los martes a las 21 y los sábados a las 15. La duración de cada clase es de dos horas (ocho horas mensuales).Se trata de un espacio de lectura y escritura, donde se discuten y corrigen grupalmente los textos y se debate acerca de la producción literaria de cada uno de los integrantes.Para contactar por cupos para el taller del 2009, dirigirse a Diego Grillo Trubba a: diegogrillotrubba@gmail.com

miércoles, 4 de febrero de 2009

Taller anual de novela



La clínica de novela tiene como intención trabajar a lo largo del año una idea que permita, al final del ciclo, tener al menos encaminada la obra. La idea es que el escritor pueda desarrollar las marchas y contramarchas propias de la elaboración de una novela, en algunos casos incluso abandonando la idea original para reemplazarla por otra. Investigación técnica, desarrollo de personajes, constitución de la estructura son algunos de los ítems que se trabajarán.El grupo será reducido, y la metodología implicará que no se leen los textos en clase sino que en los encuentros se debatirá y trabajará sobre lo escrito y/o desarrollado durante la semana, con lectura previa.Solicitar entrevista a diegogrillotrubba@gmail.com

domingo, 1 de febrero de 2009

Procesión

Por Pablo
sentados en una cama / junto a mi abuelo enfermo de sus 25 años de diferencia con mi abuela / me encuentro con mi madre a sus quince / la culpa no la tiene mamá / pero la lleva como su más bella cartera / ayer mientras hablábamos ella lloraba dos copas de vino / un secreto añejado / siempre decía nunca me compro ni un par de medias y ustedes / nosotros siempre algo / mi hermano menor devoto de un par de tetas siliconadas / el mayor se viste de colegiala por las noches / y yo me hago piercing en el prepucio / pero seguiremos sin entender que nos motiva hasta que no conozcamos el secreto / mi abuela está tan hermosa en esa foto del casamiento de mis padres / en toda familia hay un placard que se muda siempre cerrado / y muchas tías confabuladoras frígidas y mal pintadas / en mi familia se mueve lento / la mentira / en cada relato / cosida la boca de mi madre / por niños cinco años mayores que ella en una habitación de techos altos / mientras mi abuela aceleraba emociones / en otro lugar / para que su desvío se accidentara y falleciera algunos años después mientras mi abuelo seguía en la cama / sin que nunca nadie supiera / excepto mi madre / portadora de ese secreto que lleva en la cartera / ahora que va al baño a mojarse la cara / porque tanta lágrima detrás de los lentes queda mal / y nosotros somos una escalerita perfecta / el peldaño mayor / muerto y en nicho / y nosotros sin poder cumplir aún su voluntad de arrojar sus cenizas al mar / cuando ella vuelve del baño empiezan a cerrar las persianas / y sé que aún queda abierto el descongelador con esa crisis de hielo seco / y ruido de motor / pero mejor la acompaño a su casa / en una caminata que se parece bastante a una procesión.