Detuvo el auto y me subí. Intenté distinguirlo, pero
el recorte de su cuerpo se extendía más allá de las sombras. Recordé un sueño
de la infancia: un hombre sin rostro, con capa y galera me invitaba a flotar por
la ciudad en camisón como en un cuadro de Chagall. El hombre sin cara me tendía
el sombrero y yo recorría la noche desde el cielo.
Comenzamos a bajar la rampa del garage. Otra vez el
camisón. Mi cama era un auto que salía del estacionamiento a toda velocidad.
Ahora, el movimiento del auto es demasiado sutil mientras dobla la curva antes
de la rampa.
Miro al frente, el asfalto escalonado es lo único visible.
Algún día, dice y yo en mi mente grito bingo. Ya dijo: tal vez, puede ser,
quizás, es probable y quién sabe. Sólo faltaba algún día.
Bajamos la rampa a oscuras en caída libre. El auto
levita, como yo en mi sueño, en el sombrero del hombre sin rostro. Las paredes
se salen de plano, nos rodea una fuerza centrífuga. Las paredes chocan, yo choco
contras las paredes y al fin me entrego a lo inevitable.
Está de espaldas y no sé si abrazarlo con las manos
frías. Algún día vas a tener que creer en algo, digo mientras pienso que algún
día yo también tendré que creer en algo más.
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