lunes, 3 de septiembre de 2012

Regodeo





A veces escribo cosas en cuadernos. Gesto penoso si los hay, pero me sirve bastante cuando estoy empantanada. Aunque me cansa el gesto físico de agarrar una birome y un papel, mancharme los dedos de tinta y engrosar el callo de mi dedo, escribir me ordena y aclara tanto como caminar tres horas sin parar.




Tuve una época de mucha, muchísma rosca que lo único que hacía los fines de semana era caminar toda una mañana sin parar. Sábados y domingos sin importar la hora en que me hubiera ido a dormir. La consigna era hiperventilarme hasta no poder hilar una idea detrás de la otra. Caminar rápido a lo Forest Gump hasta que dejara de patinar la cinta.

Caminar es mucho más efectivo que sentarse a escribir con una cabeza tóxica. Pero si la rosca toca de madrugada no quedan muchas opciones y así es como acumulé mis oscuridades más vergonzantes en decenas de cuadernos. Mi promedio es 5 años, como las boletas de mi casa. Son hojas que pasan factura del pasado.


Pero existe un nivel aún peor que escribir cosas y guardarlas: sentarse a releerlas. Traer cosas que en otro momento fueron importantes y hoy me causan gracia, ternura, pena o bochorno. Nadie quiere escucharse a sí mismo, tener un archivo propio de un momento sin distancia ni autocrítica.

Una amiga me dijo que ella tiró todo lo que tenía porque si sus cuadernos la sobrevivían no iba a poder soportar el bochorno post mortem.

En mi caso no tengo tanto drama con que alguien lea mis idas y vueltas. De todas maneras me deshice de varios tomos porque verdaderamente no da que algunas cosas caigan a manos desprevenidas. 
De lo que no estoy muy convencida es de la intención de guardar los que sí guardé. Se basa en una idea un poco extraña donde yo muy viejita me releo sentada en una mecedora porque mis pocos afectos ya están todos deschavetados y no tengo con quién hablar. 
Un poco extraña por suponer que 1) yo sí voy a estar en mis cabales 2) me voy a entender la letra y 3) esos cuadernos pueden entretener a alguien.

Sospecho que los tiraré todos a la papelera de reciclaje. La idea del automuseo me parece aún peor que regodearse escribiendo cuadernitos.
Mejor salgo a caminar así puedo llegar a vieja.


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