
fui al baño a mojarme la cara a ver si con eso lograba despertarme.
El baño de mi trabajo no es un baño cualquiera. Es lujoso, con pisos de mármol, espejos, lavatorio, inodoro con mochila, bidet y, lo más importante, llave. Y como hay varios así, nadie te viene a tocar la puerta. Aproveché la privacidad para encerrarme a pensar qué hacer: mi jefa no estaba, tal vez podría retirarme temprano argumentando algún malestar. Pero eran las 4 de la tarde, faltando 2 horas para irme me daba no se qué gastarme el cartucho por tan poco tiempo y ya era tarde para hablar de un trámite bancario (¡¡deberían cambiar el horario!!).
Bajé la tapa del inodoro, me senté a meditar. Recosté mi espalda en la mochila del baño, la cabeza contra la pared, apagué una de las luces porque me daba justo en los ojos, pero igual los cerré para concentrarme mejor en las cosas que tenía que pensar. Y entonces pensé que paseaba 5 perros que de pronto me tironeaban como renos hasta una playa desierta, con sombrillas de arcoiris que al masticarlas tenían gusto a mango y banana y un morocho llamado Oswald me hablaba en un idioma desconocido y yo giraba alrededor de él mientras bailaba y aplaudía al ritmo de "es muy especial, es muy especial".
Hay un capítulo de Seinfeld en el que George Constanza se arma un búnker para dormir debajo del escritorio.
Creo que ayer inauguré una nueva etapa en mi vida.