
Y llegó el día en que me engripé tanto que creo que me morí.
Tras incubar vaya a saber qué cosa inoculada en algún tiempo que desconozco, caí semi inconsciente del agotamiento y no me levanté sino hasta casi 5 días después. No podía leer, ni ver tele, ni sostener ninguna conversación con las personas que me venían a ver, hubo quien incluso me instaló wi fi para que yo pueda navegar desde la cama (y así es como se ganó un lugar en mi corazón).
Tuve tanta fiebre que deliré hasta convertirme en una especie de Linda Blair o en algo parecido a un medium que dialoga con los muertitos, Michael Jackson bailando Thriller, yo desde la cama hacía así con las manitos, mientras de la nada se abrieron los sarcófagos de los ex files que se enteraron lo del wi fi y con la excusa de visitarme vinieron a asustarme en patota: los prehistóricos, los antiguos, los que revivieron, los que nunca se fueron, los que nunca volvieron, los nuevos, los que serán ex, los que nunca se sabe, los que vuelven a ser, los que nunca serán... Bailen, bailen, desplieguen su aroma a Tánger, recuerdos en descomposición. Vamos, muestren su gracia.
Fiambre, momia, cadáver, esqueleto de placard... Todos iban a parar a la fosa. No importó si había sido de muerte natural, enfermedad, se suicidaron o yo los maté, bye, se van, juiiira luz mala. Palada de tierra.
Hasta que le llegó el turno y no supe que hacer. Tenía pulso, estaba agonizante, muy parecido a mí en estado gripal. Casi que me pedía el rifle sanitario, me miraba con esos ojitos. Pero no tuve el valor. Y también sentí miedo: de que se convirtiera en zombie y me aceche en alguna esquina inesperada de la ciudad, en una cornisa, detrás de una puerta, ahí en el vértice donde dicen que se amontona lo que no fluye.
Intenté respiración boca a boca, abrazarlo para darle calor, hablarle para que no se desmaye, masajes en el corazón... No había grandes signos vitales, pero los ojos todavía le brillaban mucho, y me miraban como si yo fuera inalcanzable, como si él no pudiera alcanzarme cuando era tan fácil todo, no había que hacer nada.
No supe qué hacer con él, como él tampoco nunca supo que hacer conmigo. De pronto me subió más la fiebre. Tiritando, fui a buscar hielo y ahí se me ocurrió, entre la carne picada y las presas de pollo: entraba justito.
Tal vez se quede ahí como Walt Disney, un mito eterno. Tal vez un día haya razones para descongelarlo, aunque más no sea para comprobar la fecha de vencimiento. O en una de esas, cuando vuelva el calorcito, se convierta en un helado de turrón de chocolate que volverá a derretirse mientras yo también me derrito mientras sucede la combustión espontánea que consume todo alrededor.