miércoles, 28 de mayo de 2008

Lo que yo digo

Por Pablo

Lo yo que digo es que nada puedo
decir
acerca del motor ese que tenemos
entre la astucia y el amor
nada que no sea aceite para el motor
agua fría que levante el vapor
sábana vieja para envolverlo

Lo yo que digo es que siempre tira más
la pendiente
que la llanura
le diría a Él que haga como hizo su homónimo
y agarre su moto y se vaya bien lejos
que haga con su moto diez vueltas alrededor
laberinto espiral
estando cerca pero estando lejos
pero no es nada lo yo que digo
cuando lo que late es el motor

Habría que saber si lo que tira
en uno es lo limpio que está el otro
pero para eso, querida amiga,
habría que desarmar el motor
y para eso usted ya tendrá su mecánico
autorizado y matriculado

Lo único yo que digo
es que en lo posible habría que darle una chance
sólo si despierta algo en vos
y si no dejarlo partir
sin fortalecer la antinomia
como único elemento de combustión
pues si hay un sucio y un limpito
también hay,
se lo garantizo,
varios que se ensucian y se limpian
con igual elegancia
en el equilibrio de lo ferpecto
aceite que a veces desestabiliza todo
y si no qué otra cosa es el amor.

miércoles, 21 de mayo de 2008


Por Muppet M

No me gusta el invierno. El frío y esas cosas (lo único bueno es la little spoon). Lo que menos me gusta de todo es cuando ya no encuentro la manera de seguir usando camisetitas ligeras, strapless, mucho menos sandalias. Chau vestiditos de tela liviana, bikinis, ojotas...
Y lo que más tristeza me da es el trámite de pasar la ropa de una temporada y guardar la otra. Eso es algo que empecé a hacer hace poco, me parecía como anticuado eso de tener ropa “de invierno” y “de verano”. Pero por algún motivo empecé a hacer eso de embolsar cosas, desembolsar otras, estornudar hasta la asfixia y deshacerme de lo que ya no voy a usar (mi parte preferida).
Así que mientras moví cosas de lugar, se me ocurrió contar cuántos pares de cosas tengo y descubrí los siguientes porcentajes:

Ojotas: 7%
Sandalias que no uso: 4%
Sandalias que sí uso: 11%
Chatitas: 25%
Chatitas que no uso: 9%
Zapatos de taco-taco: 11%
Botas: 16%
Botas para -40 grados: 2%
Botas de lluvia que aún no me animo a usar: 2%
Zapatillas: 9%
Patines: 2%

Mientras hacía el inventario me sentí culpable: mi cabeza no estaba ahí con ellos, sino imaginando otros zapatos, otro matiz en mi repiqueteo contra la vereda, una noche después de cenar. Unos tacos negros de Mishka de los que me enamoré sin siquiera probármelos. Porque sé que si lo hago no me los voy a querer sacar nunca, nunca, nunca más. Y son incomprables.
Así que se aceptan colaboraciones o alguien que, en caso de vandalismo romántico, rompa el vidrio y me los traiga.

viernes, 16 de mayo de 2008

Mientras tanto

Por Machi












Por Petite Séverine

Me encantan los paréntesis.La disgresión o regresión(depende como se mire o
lo que suceda dentro de un
paréntesis).Cualquier cosa puede sucederAfuera hay
una
lógica
estructura
narrativa
cadencia
mentalEn un paréntesis hay ruido desconexión
una parte que se olvida del todoodeprontoseacuerday
lo pone entre paréntesis.

domingo, 11 de mayo de 2008

Llamado a la solidaridad


Por Muppet M y Muppet S

Que alguien por favor nos explique porqué no existe un presidente que esté bueno (salvo JFK).
OK, existen ciertos personajes (que no vamos a revelar la identidad) que confesaron fantasear con arrancarle el saco cuello mao con vivos andinos a Evo Morales, meterle las manos debajo el sweatercito y despeinarle la brillante cabellera a dos aguas. Pero esa clase de exabruptos a veces suceden (después de todo, Carla Bruni está con "pantalones encima del ombligo" Sarkozy).
Nuestras investigaciones, además de arrojar confesiones como las de Evo Morales, revelaron que para algunos Lula no estaba mal, que el lechoso cara de galleta de Clinton era "macho" (¿?), que Chávez tenía un "je ne sais quoi" y que Tony Blair tenía un buen lejos.
En serio, si alguien nos ayuda a encontrar algún presidente, de cualquier época y país que esté bueno le damos un premio.

martes, 6 de mayo de 2008

Zapato roto


Por Muppet M

El otro día me peleé con mi marroquinero. Le dije que nunca más volvería a pisar su local porque por su culpa me quedé sin mis sandalias preferidas.

No se lo puedo perdonar. Se las dio a OTRA. OTRA se quedó con lo que era MÍO. MIS sandalias. Negras, con una tira al tobillo y una forma medio rara que cubría el pie y que siempre cosechaba elogios. Lo peor, es que ni siquiera eran mías. Fue una permuta de verano: yo iba a salir con un chico que se merecía un buen par de sandalias y justo mi amiga pasó por casa a pedirme un vestido. "A cambio de tus sandalias," le dije. No la dejé irse descalza: le di mi mejor par (mi amiga tampoco se merecía menos) que no iban con lo que pensaba usar.
Pasó el tiempo y me fui encariñando, terminado el verano iba a iniciar el trámite de adopción permanente y para tal fin se me ocurrió mandar a limpiarlas y ahí fue cuando sucedió la tragedia.
El otro día volví a reclamarlas. Aunque con culpa. Me acodé en el mostrador sin decir nada, él insistió en pagarlas, me dio pena. Le dije que mis palabras hirientes habían sido un arrebato, eso de que otro embetunaría mis botas y pondría sopapitas a mis tacos y que lo de cambiarme las punteras ya era parte de nuestro pasado, todo era producto de mi enojo.

"Nos vemos, linda. Volvé cuando quieras," fue nuestro último recuerdo. Lo nuestro ya era tan irreversible como un zapato.

La maldición del Topo Gigio




Por Muppet M

El otro día leí una nota acerca de algo que se llama "acúfenos" (ruidos fantasmas causados por el ruido en la ciudad y el MP3) y me acordé que de chica, justo cuando me estaba por quedar dormida, siempre me sonaba un in crescendo del Topo Gigio, canto de sirena mental que me atraía hacia el insomnio, mensajes satánicos que como un disco rayado al derecho y al revés me taladraban la sinapsis cerebral y me dejaban en alerta.
Aunque me cubriera con la almohada, tratara de cantar otra melodía que anulara la maldición de ese títere macabro o durmiera con radio, nada extinguía el mensaje subliminal instalado en el oído medio que atentaba contra mi equilibrio mental.

La lucha contra el fantasma auditivo me entrenó para descifrar los sonidos de la noche y así es como desarrollé un oído casi perruno y puedo escuchar dos conversaciones a la vez (siempre dije que por algo tenía dos orejas, por suerte no deformes como las del topo ese). Pero toda bendición se convierte tarde o temprano en maldición, porque siempre escuché todo, todo el tiempo sin poder poner off (y por eso me desconcentro fácilmente). Y es así como estoy al tanto de los vaivenes de mis vecinos (que hace mucho que ya no se quieren), puedo escuchar timbres a una distancia asombrosa aunque haya ruido excesivo (lo único que no escucho jamás es mi celular), si bien soy incapaz de tocar cualquier instrumento (pero eso es porque no puedo maniobrar objetos: lápices, cámaras, guitarras...), sé perfectamente si un instrumento está afinado, no me va mal con las pronunciaciones de cualquier idioma aunque no lo hable, puedo bailar, descifro sin problemas el cuchicheo de mis compañeros de trabajo y me altera cualquier decibel que supere lo aceptable (detesto con violencia a la gente que habla a los gritos, más si es por celular en un lugar público).


Pero escuchar tanto matiz resulta agotador. No sé si será por esta cualidad auditiva (todo tiene que ver con todo) pero también desarrollé un muy buen olfato (algo de perra debo tener) y con esa combinación un día descubrí que también puedo escuchar lo que no se dice (no, no escucho voces. Todo sucede en la realidad).

Debe ser por eso que me encanta el agua. Sumergir las orejas y que por fin se distorsione tanta claridad y que todo se vuelva un poco onírico, pero sin dormirme del todo.