martes, 6 de mayo de 2008

La maldición del Topo Gigio




Por Muppet M

El otro día leí una nota acerca de algo que se llama "acúfenos" (ruidos fantasmas causados por el ruido en la ciudad y el MP3) y me acordé que de chica, justo cuando me estaba por quedar dormida, siempre me sonaba un in crescendo del Topo Gigio, canto de sirena mental que me atraía hacia el insomnio, mensajes satánicos que como un disco rayado al derecho y al revés me taladraban la sinapsis cerebral y me dejaban en alerta.
Aunque me cubriera con la almohada, tratara de cantar otra melodía que anulara la maldición de ese títere macabro o durmiera con radio, nada extinguía el mensaje subliminal instalado en el oído medio que atentaba contra mi equilibrio mental.

La lucha contra el fantasma auditivo me entrenó para descifrar los sonidos de la noche y así es como desarrollé un oído casi perruno y puedo escuchar dos conversaciones a la vez (siempre dije que por algo tenía dos orejas, por suerte no deformes como las del topo ese). Pero toda bendición se convierte tarde o temprano en maldición, porque siempre escuché todo, todo el tiempo sin poder poner off (y por eso me desconcentro fácilmente). Y es así como estoy al tanto de los vaivenes de mis vecinos (que hace mucho que ya no se quieren), puedo escuchar timbres a una distancia asombrosa aunque haya ruido excesivo (lo único que no escucho jamás es mi celular), si bien soy incapaz de tocar cualquier instrumento (pero eso es porque no puedo maniobrar objetos: lápices, cámaras, guitarras...), sé perfectamente si un instrumento está afinado, no me va mal con las pronunciaciones de cualquier idioma aunque no lo hable, puedo bailar, descifro sin problemas el cuchicheo de mis compañeros de trabajo y me altera cualquier decibel que supere lo aceptable (detesto con violencia a la gente que habla a los gritos, más si es por celular en un lugar público).


Pero escuchar tanto matiz resulta agotador. No sé si será por esta cualidad auditiva (todo tiene que ver con todo) pero también desarrollé un muy buen olfato (algo de perra debo tener) y con esa combinación un día descubrí que también puedo escuchar lo que no se dice (no, no escucho voces. Todo sucede en la realidad).

Debe ser por eso que me encanta el agua. Sumergir las orejas y que por fin se distorsione tanta claridad y que todo se vuelva un poco onírico, pero sin dormirme del todo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí me pasaba eso con ese bicho maldito. El recuerdo de su voz me impedía dormir, aunque mi cabeza no paraba de repetir: "Cuento corderitos: 1, 2, 3!".

Grrrr.

Anónimo dijo...

El alivio de que se vuelva onírico sin dormirse del todo...preciosa y muy precisa descripción.
Ayer, remando en el delta con taaanta agua a mano, se la contaba a una amiga y la incluía entre las "mejores imágenes Trotamundos" (saga iniciada con la sombrilla comestible)
Laura

Muppets de Balcón dijo...

R:

Es un bicho nefasto. Peor que Barney.

Querida Laura:

Gracias por hacerme acordar de las sombrillas comestibles... Qué ganas de comer un mango-banana.

Besos