sábado, 18 de abril de 2009

Faraway, so close



(Este texto también puede leerse acá).

Por Trotamundos

Como en A tale of two cities, una parte de mi vida sucedió entre dos ciudades (y entre dos hemisferios, dos idiomas, dos cosmovisiones. Más bien dos universos paralelos, diría yo). Y no sé si habrá sido eso lo que me provocó un estar siempre en tránsito, yendo hacia alguna parte y necesitar sentarme siempre cerca de una puerta o elegir el pasillo en los aviones o micros.

Hay gente que lo hace de fóbica controladora, pero en mi caso es de puro vicio, por una necesidad de vivir siempre en posición de largada, irme lo más rápido posible, lo más lejos que alcance, en el instante en que yo quiera y sin que nada me obstruya el camino.

Es una mezcla de impulso de escapar y el tic de estar siempre, siempre en alguna otra parte.

* * *

El otro día leía en un libro que en las bibliotecas no importa quién, ni cómo, ni cuándo. Que en las bibliotecas sólo importa dónde.
Lo mismo pasa con los celulares, recordé mientras leía y cuando estaba por subrayar la frase me sonó un mensajito: dónde estás.

Algo bastante difícil de determinar en mi caso si se tiene en cuenta que nunca estoy, que siempre me estoy yendo.

* * *

Apreté unos botones, ensayé frases confusas, esquivas. No fue a propósito. A veces, de verdad, quedo atrapada en el medio de mis dos universos (casi siempre vienen de dos las cosas que me suceden). Y esa nube, ese aeropuerto mental en el que estoy casi todo el tiempo, es posible que sea lo que me hace entender las cosas por la mitad.

* * *
Creo que la manía de estar siempre cerca de las puertas empezó una noche en que me perdí en la oscuridad de mi habitación. Era chica, estaba oscuro y necesitaría ir a despertar a alguien; pero cada vez que abría una puerta para salir, resultaba que siempre era la del placard. Tampoco encontraba la llave de luz, no podía distinguir nada en mi desesperación. Y no era un sueño donde entonces todo al final se resolvía pasando a otro plano de la realidad, caminar por la pared hasta la ventana y atravesar los edificios como un fantasma. Me tuve que quedar así, ahí, en ese hueco de alfombra donde finalmente me quedé cuando el cansancio venció al sonambulismo.
Pero es raro. Lo del vicio de escapar. A veces es un alerta demasiado temprana, otras es jugar con fuego y hacer un escape bien hollywoodense, saltar terrazas como Jackie Chan, romperme todos los huesos en la hazaña, pero goao, qué salto mortal.

A veces es un acto de magia. Otras, los escapes son silenciosos, imperceptibles. Casi como si no me estuviera escapando en realidad, casi como quedarme de más en un lugar equivocado, como un animal que cree que su mejor defensa es camuflarse en otra cosa que tenga a mano, una rama seca o pantalones de combate.

* * *
Alguien que pasó una guerra siempre queda como perdido. Y cualquier susurro se convierte en un estruendo de bombas amenazantes, sin escalas entre una cosa y la otra.

A mi tía abuela le pasaba eso, en especial cuando escuchaba el motor de un avión. Me llevaba a la plaza y comíamos maní (de esos que hay que pelar). Cada tanto se escuchaban unas turbinas y yo saludaba el cielo porque para mí los aviones siempre traían regalos y juguetes.
Ella, en cambio, disimulada, enderezaba la espalda, me agarraba la mano y la bolsa de maní por si después no teníamos qué comer.
El avión pasaba, mi tía abuela volvía a sonreír, me decía palabras cariñosas en su idioma. También solía repetir mucho "Dios me libre y me guarde," y yo entendí así, que quería decir eso: que me libre si necesito escapar, que me guarde si me tengo que esconder.

Y tal vez también lo saqué de ahí. No sé.

* * *
Pero más allá del origen, lo que me quedó claro en el último tiempo es que mi impulso de escapar no está muy refinado. Tal vez las formas, sí (aunque depende, ninguna es demasiado elegante). En general creo que se trata de un vicio mal canalizado y bastante fallido. Porque a veces me pueden sonar un gong entre las orejas y no me voy a mover ni un milímetro de donde creo que tengo que estar y otras alcanza con una sola letra, con leer mal una sola letra de un mensajito de texto para que suenen las sirenas a los refugios, a los refugios.

* * *

Qué es este vicio de las puertas abiertas, los carriles ordenados, los pasillos sin gente. Las sirenas en una noche oscura y una pesadilla sin puertas ni ventanas. Los aviones, los aeropuertos y la claustrofobia de quedar prisionera en mi propia habitación de florcitas, esta ansiedad de necesitar siempre poder irme y poder volver y que nada me ate, que nada interfiera ni nada me atrape.
A veces, tal vez, se trata de quedarse. De esperar diez segundos más, respirar hondo y olvidarse de los planes de evacuación, de puertas, ventanas (reales, virtuales), picaportes, pasaportes, estar en tránsito, quedar en trance.

* * *
En las bibliotecas todo lo que hay es un dónde, decía en el libro.
Dónde es un comienzo, capaz. Como un hola en el celular.
Releí el mensajito. Traté de concentrarme en lo que verdaderamente decía, no pensé en Matrix, en cuando Morpheus le dice Tank, I need an exit y que los celulares permiten un estado de limbo constante y que vivo en un limbo constante de nubes de densidad variable por donde vuelan los aviones que asustaban a mi tía abuela.

Algunos libros necesitan a gritos de un tercer acto que los defina hacia alguna parte. Quedarse en algún lugar para que se desarrolle ese tercer acto.

A veces, aunque ningún lugar sea un espacio verdaderamente seguro, a veces tiene que existir un dónde.



2 comentarios:

Mr_Wrong dijo...

..."El avión pasaba, mi tía abuela volvía a sonreír, me decía palabras cariñosas en su idioma. También solía repetir mucho "Dios me libre y me guarde," y yo entendí así, que quería decir eso: que me libre si necesito escapar, que me guarde si me tengo que esconder."

Espeluznantemente hermoso, un haiku adentro de un microcuento.

besos.

Muppets de Balcón dijo...

Querido Mr Wrong:

Ud. siempre con palabras hermosas para regalar.

Miles de besos.