miércoles, 8 de julio de 2009

Ojos, ojos.

Por Matías



De pronto la vi
Sentada en su sillón
De salón novelesco,
Paredes de madera
Y aire color ámbar
Bañaban los libros
De olor a leña,
A fuego.
Me sorprendió acurrucada
Envuelta entre sus pelos
Nublados y rasguñados de negro,
Largos como el placer
De ese sueño quieto.
Sumergí mi mano
En su lomo pantanoso
Y la caricia
Encendió el romance,
La chispa sagrada
Del roce efímero.
Dejó la calidez borravina
De su trono en penumbras
Y nos siguió a la cocina
De pisos helados
Como luces blancas
Para verme comer
Y pedirme
Más manoseo.

Ya olvidados
El uno del otro,
Escucho una voz
En la mullida habitación
Del primer piso
Que dice:“Mirá a quien te traje”.
Recostada a mi lado
Sobre el acolchado,
Empapada en pelos
Y en bigotes,
Tentáculos felinos
De candor arisco,
Se sometía feliz
A mi parsimonia amorosa,
Me ofrecía un costado
De su rostro su oreja izquierda,
El otro su oreja derecha,
Y así, precisa
En los intervalos,
Rotaba su cabeza
Exigiendo simetría en la caricia
Y reclamaba:
El hocico hacia el cielo
Ofrecía la mandíbula
Dando lugar a mi dedo
Y al rasgueo frágil
De su garganta
En un movimiento pendular
Cada vez más
Sinfónico,
Ronroneábamos ahogados
Por la pompa infinita
Del trance.

Levitando en su divino
Ensueño de rutina,
Hundí mi mano
En el pecho flotante
Y enloqueció:
Hipnotizada de furia
Y sorda al perdón
Clavó en mí
Sus ojos filosos
Color miel
Para arrastrarme
Al cadalso
Y vengarse.
Lúcido, quité de sus ojos
Los míos
Y en un pestañeo de frustración
Volvió cada uno a su mundo,
Como debía ser:
Ella al sosiego perezoso
Y yo a la conversación
Con Javi.

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