jueves, 15 de noviembre de 2012




- Vení, pasá por acá. Ponete la bata y esperá en la sala.

Entro al cambiador y sigo las indicaciones. Podría esperar adentro hasta que me llamen, me incomoda un poco que el velcro se me abra del costado. 
Afuera se escucha una receta de mojitos de toronja que pasan en la tele. Da igual donde espero, pero prefiero hacer caso en todo. 

En la sala de espera hay cuatro mujeres, tres de ellas con el mentón en dirección a la tele, los brazos cruzados y la cabeza en otra cosa. Tenemos entre treinta y sesenta y la misma bata cubriendo el torso. Cruzamos algunas miradas solidarias.

La cuarta está vestida y sentada en un rincón. No mira la tele, disca números en el celular, se arrepiente, se agarra el pelo. Tiene rulos vaporosos y un vestido liviano. La sala tiene poca luz y una a una van llamando hasta que quedamos la mujer del vestido y yo.

Ahí en su rincón empieza a llorar despacito. En la tele, el cocinero revuelve el mojito de toronja con un mar turquesa de fondo. 
Me acerco y la abrazo: "es mi hija la que está mal," dice y aunque me da verguenza yo también lloro. Nos quedamos así un rato hasta que me toca el turno. 
Cuando salgo de mi estudio, ella sale del toilette, todo lo recompuesta que puede. Detrás de las puertas vaivén la espera la hija -tendrá veintipico- y ella tiene que ir a contenerla.

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