
Por Muppet M
Uno de mis peores defectos es ser muy irritable. Me exasperan gestos insignificantes de gente anónima. Por ejemplo, no soportar el jogging de una señora que está delante mío en una fila. Cuando una boludez me irrita no puedo concentrarme en otra cosa que eso que me molesta. Entonces, los cinco minutos que conviviré con la visión de ese jogging serán los peores de mi vida.
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Una de mis compañeras de trabajo es buena, pero no la soporto. Detesto el tono que usa cuando habla por teléfono y habla por teléfono el 80% de su tiempo. Y toma un brebaje que revuelve cada 3 segundos. O se enoja y se queja (también, el 80% de su tiempo) y como es inglesa putea en londinense y grita "ooouuu noooouuu" y yo me contengo para no hacerle burla (a veces, cuando nadie me ve, le saco la lengua).
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Hay gente que declama obviedades como grandes revelaciones y que cree que ser sensible todo el tiempo es sinónimo de algo que estaría bien. A mí me hace un ruido tremendo, pero prefiero fingir asombro. A veces es más fácil que explicar cosas.
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Por momentos creo que está mal ser así, que está mal querer dar mil patadas justicieras a cualquier imbécil. Que todo el mundo debería caerme bien porque de lo contrario terminaré comprobando que soy una energúmena.
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Y entonces trato de refutar que soy una intolerante. Y entonces me obligo a tragarme personajes pedorros, a reprimir el zarpazo con el que le cruzaría la cara a más de uno, nublo un poco la vista para que ciertas cosas dejen der ser tan notorias.
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El otro día compré por internet (a veces lo hago, no me gusta empujar el changuito en el super, tienen las ruedas torcidas y me convierto en mala onda. Una vez una señora me pidió si podía cargar el monto de mi compra a su discoplus -yo no tengo discoplus- y le dije que no porque no se me cantó la gana. Ahora siento tanta culpa que ofrezco que todos carguen su discoplus y absorban la plusvalía de todos en sus tarjetitas). Bueno, compré por internet y, entre otras cosas, compré dos calabazas. Duran mucho, quedan lindas puestas ahí en mi changuito al lado de la heladera, entre las cebollas y los ajos. Y, sobre todo, duran mucho. Pero me trajeron una que más que de jardín, esta ya iba al primario.
Nunca en la vida había visto una calabaza podrida. Lo máximo que logré fue pudrir huevos (esos sí que pueden estar una eternidad en la heladera, como la paciencia de algunas personas. No de la mía, claro está).
Me pareció un evento tan extraño, tan novedoso que ni siquiera me indigné.
Me di cuenta que lo que me indigna es lo que no me provoca curiosidad.
Las visiones que se logran con una calabaza podrida.