martes, 23 de diciembre de 2008


Por Muppet M


Ayer me crucé con mi primer novio.

De pronto caí en la cuenta de que ninguno de mis ex se casó ni tuvo hijos, excepto por él. Tal vez porque es un par de años mayor que yo, o tal vez porque él sabía que quería una familia mucho antes de yo saber qué quería de mi vida (y además luego sería tan cambiante eso que yo querría).

Al poco tiempo después de cortar, él se puso de novio con su actual mujer. Yo tardaría unos meses en enamorarme de otro y como mientras tanto nos seguíamos cruzando porque compartíamos el mismo grupo de gente, se me ocurrió dejar de hablarle. First cut is the deepest, dicen, y me había dolido tanto que había decidido no sufrir. Nada de bochinche, ni escándalos ni cochinadas, me calcé el traje de mujer biónica a la que no se le mueve ni un músculo ni revela a otros nada del borbotón que le sucede adentro; una Mc Gyver mujer que corta de manera eficiente y prolija, sin sangre ni suturas, sin recuerdos ni cartitas y nada de esas cosas que tampoco sobreviven una mudanza o una nueva pareja.

Años después me tocaría que otro me haga sentir la gran Mc Gyver y ahí entendí que no siempre las cosas tienen que ser así, que los cortes son despegajosos, que no se puede ser coherente todo el tiempo, que tanta hojalata biónica me había oxidado algunas vías de comunicación y por eso cuando me dan vino y estoy con tacos puedo llegar a decir cualquier cosa que no es del todo verdad sino pura exageración. Es la condición de bionicidad que hace que todo sea hiperpoderoso, hiperbólico. No me sale decir "mmm, qué hambre que tengo: me comería 1 tostado", sino que digo "quiero 100 tostados" aunque no sea verdad, nadie quiere 100 tostados.

Y así con todo. Y eso me trae algunos problemas. Lo de no poder decir lo que siento y entonces lo tapo, lo niego, lo convierto en chiste o lo elevo al absurdo. No sé decir lo que quiero, no sé decir quiero estar con vos, digo barbaridades que cuando se me pasa el vino y las recuerdo yo me pregunto qué dije, porqué no sabré decir las cosas de manera normal.
Es lógico que el otro no sepa de la compulsión a la exageración que padezco. Pero a veces es peor explicar "mirá que yo hablo así, no te asustes."

De cierta forma, lo estoy explicando.

A mi primer novio nunca le expliqué porqué dejé de hablarle, nunca le dije lo triste que me había quedado y que para mí era doloroso sentir que yo ya no le importaba, porque en ese momento lo entendí así, no que teníamos rumbos distintos, que él quería otra cosa y yo no se la podía dar. Después se hizo costumbre lo de no hablarle y me dio fiaca romper este status quo, aunque yo estaba en otra etapa de mi vida y entonces pensé que era mejor así, sin hablarnos si no teníamos nada que decirnos.

Me acuerdo que sus últimas palabras fueron que no me iba a olvidar, pero tampoco iba a recordarme todo el tiempo, o algo así. Ahora, entiendo, no era que no me iba a recordar porque yo ya no le importaba, sino que él también había echado mano de la bionicidad.

A veces es una copa de más la kriptonita que abre la compuerta de la exageración. En otros casos alcanza con tener hijos que revuelvan todo y encuentren, por ejemplo una notita clandestina o una foto del día en que nos conocimos, que sobrevivió años y mudanzas. El borbotón en su caso no fue decirme barbaridades, sino no poder evitar pasar 19 veces por la que había sido mi casa, rastrear mi mail, mi teléfono, no encontrarlos, preguntarse dónde estaré, qué habría sido de mí y contármelo todo en ese momento en que nos cruzábamos de casualidad.

Aunque hubiera sido más fácil googlearme, haber sido novios en otra época tal vez lo llevó a suponer que me tenía que encontrar a la vieja usanza. Que toparse con un recuerdo inesperado, como cualquier otro sentimiento embotellado, conduce a hacer cosas que tal vez no tengan más razón de ser que haberse cruzado con algo que estaba bajo siete capas de titanio. Y por eso lo lógico de un hombre alterado por la bionicidad es hacer un raid por toda la ciudad para ver si es posible encontrarme o, porque soy Trotamundos, suponerme en otra ciudad e imaginar cuándo podría tomarse un avión y escapar.

¿Entonces vivís acá? Me dijo antes de despedirnos.

Cuando el recuerdo se descongela y se ablanda, eso que tenía una forma planeada e inamovible cambia y algunas cosas se resignifican. Me di cuenta, por ejemplo, que no solamente no sé decir lo que siento de manera aceptable, sino que tampoco soy una mujer biónica y que debe ser por eso me compro animalitos que hacen triples mortales.

Recién sin querer rocé uno de estos muñequitos que tengo en la repisa y me dí cuenta que desde el otro día hasta hoy no se les gastó toda la cuerda.



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