sábado, 29 de agosto de 2009




Tengo en mi haber una fila de ex jefes muy dementes. Aunque tuve varios/as muy
buenos (recuerdo a una que se llamaba NoeliaNoeliaNoelia que era un sol), los
más memorables son aquellos que estaban muy mal de la zabiola.

El que más quise (y sigo queriendo, de hecho nos escribimos y vamos a almorzar
a veces) se llamaba Sergio Adrián y nunca lo voy a olvidar porque nos puteábamos en la cara. Yo por aquella época era muy prolija y él me decía barbaridades que me hacían salir de la vaina. Si bien nada era muy normal, yo fui muy feliZ trabajando con él.
Sergio era capaz de llamarme a las 3am para reclamarme porqué no estaba con él
haciéndole compañía mientras terminaba una presentación o editaba algún corto, pero también de suspender todas las actividades del día para ratearnos todos al cine que estaba en la otra cuadra a ver Exterminio. Era una bestia que eructaba y gritaba en portugués o cantaba y me sacaba a bailar rock n'roll en la mitad de una conference call. También me daba consejos de padre, me mandó de vacaciones cuando estuve muy sacada y yo le cubrí las espaldas casi diariamente. Tengo varias razones para recordarlo, pero una de las más importantes es que me rescató de la jefa más enferma que conocí en mi vida.

Pero uno de los peores freaks se llamaba Mario. El tipo parecía un encanto y yo lo quería un poco, pero después me enteré de que el tipo era un enfermito que no dejaba salir a los hijos a la calle, entre otras cosas peores. O que (lo mínimo que hacía) era llegar a la oficina a las 6am para revisar todas las computadoras. Había quitado partes de las CPUs para que nadie inserte diskettes y así es como descubrí el pen drive. De rabia que me daba el tipo, decidí trabajar lo mínimo indispensable hasta que lograra cambiarme de laburo; el resto del tiempo me dedicaba a escribir cuentos o a hacer trabajos de la facultad (todas las páginas de internet, mails personales, chats, etc. estaban bloqueadas). Por las dudas, todos los archivos iban a parar al pen drive y les ponía nombres de documentos de la empresa por si el loquito revisaba mi historial de word.
No dejaba que nadie escuchara música y en la cocina sólo debía sintonizarse Aspen. Un día alguien puso la 100 y el tipo escondió el aparato y chau radio.

Le afectaba a los oídos cualquier música que no fuera la que le gustaba a él, que era fanático de Gwen Stefani y Evanescence.

Este tema en particular lo ponía a todo volumen una y otra vez (una y otra vez hasta el final del día) y en el minuto 3.06 levantaba los parlantes hasta que vibraban las paredes.

Después de todo, era un tipo sensible.

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