
La ubicación de y en las mesas constituye todo un síntoma de quién es quién en las fiestas de casamiento. Con los novios se sientan los familiares o los amigos. La primera opción es indicada para evitarse la molestia de decidir: los mejores amigos van y vienen pero la familia es, para bien o para mal, un hecho objetivo. La segunda opción es recomendable si el novio o la novia provienen de familias separadas y reensambladas de modo tal que, por cantidad o por conflicto, sería muy difícil arrejuntarlas en una única mesa. Lo que sigue a partir de ahí es un mapa que entretendría a más de un cartógrafo y/o sociólogo: adelante, los amigos educados y los conocidos importantes. Atrás, los primos invitados de compromiso, las parejas con bebés y los amigos que, tarde o temprano, terminarán emborrachándose e importunando a otras mesas con miguitas de pan. Lejos de la torta, cerca de los baños: estas mesas son el mejor refugio para escapar de un cuis.
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Otra circunstancia favorable para la huida son los momentos de gran conmoción que toda fiesta debe tener: las palabras de el novio o la novia, el tropezón de la madrina, la exhibición de videos y fotos, la emoción de los que aparecen y la indignación de los que no. Algunas buenas costumbres se han perdido. Todavía hay quien recuerda esos momentos en que, de pronto, las luces se atenuaban y los primeros acordes de “Love is in the air” marcaban la entrada de la pata de cordero. Unos pases mágicos, un destello azul en las manos del asador y ¡shazam! ya la pata ardía en el centro de la pista ante los ojos húmedos de la novia y la satisfacción del padre que había pagado la fiesta. Por desgracia, las actuales tendencias en materia de bodas destacan la simplicidad y rechazan el espectáculo: hoy lo in es lo net.