lunes, 21 de mayo de 2012

No lo intenten en casa


Trabajar desde casa/free lance es genial y nadie lo puede negar. Pero si contás el lado B del tema se te vienen encima "te quejás de llena, qué más querés", etc. Sin embargo, el home working tiene sus aspectos bastante chotos que, hasta que no suceden en carne propia, parecen sólo un invento de la gente freelancer para que a nadie más se le ocurra armarse el kiosco en casa.

Trabajar en tu casa genera mucha fantasía alrededor: que te levantás a las seis de la tarde, que mirás tele todo el día o que te pegás una siesta eterna. Bueno: depende. La verdad es que esa opción sí existe. Tirarme en el sillón en pijama a leer una revista pedorra en la mitad del día es un guilt pleasure que se disfruta el doble cuando retrocedo y pienso en la cantidad de horas que intenté mantenerme feliz y despierta detrás de un escritorio y debajo de tubos fluorescentes.


Tus parientes +60 piensan que tenés tiempo de escucharlos durante horas por teléfono ("si total estás en casa"). No entienden que trabajás contrarreloj. Pero, sí, hay tiempo para mirar las hojas del otoño. No mucho, según el nivel de prusianismo que se tenga. Pero esos diez minutos en que te levantás de la silla para hacerte un té, en vez de perderlos al lado del Sparkling hablando con gente necia, resulta que pasás por el living, salís al balcón, respirás hondo, agarrás al vecino fumando el calzones y lo saludás de lejos. 


También, ya que estamos, qué le cuesta a uno hacer algunas cosas de la casa. Voy a la verdulería a despejarme y vuelvo y se te fueron 2 preciosas horas y toda la concentración. Total, el domingo me levanto a las 9 y lo termino.


Antes de convertirme en fully freelancer, hubo una época en la cual me vestía de Working Girl, pero una vez por semana hacía home office. Eso traía varios beneficios, aunque no del todo: tenía que hacer llamados y estar atenta a fingir un estado online que me impedía disfrutar la comodidad de mi joggineta en todo su esplendor. Le robaba tiempo a esas horas, me rebelaba de muchas maneras contra la obligación de estar inmóvil frente a la pantalla. Era la hora libre del colegio, la oportunidad para hacer todo lo contrario a lo que se suponía que debía hacer en horario laboral y cobrarme una indemnización adelantada por el malestar que me provocaba entregarle mis horas al otro y morirme de tedio. 


Aunque lo elijo, ahora no hay hora libre ni rebeldía y a veces que trabajo como una refugiada, sin horarios ni control. 


Sin dudas estar en casa la mitad del tiempo sin rendirle cuentas a nadie es maravilloso, pero muy solitario. 
No hablo de la compañía -prefiero estar sola y muda que fingir que me interesa la vida de gente que comparte mi tiempo sólo por decisión funcional- me refiero a la soledad del enrosque. A no tener límite para ocupar todos los espacios con ideas que no se proyectan ni tienen mayor relevancia. 

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