miércoles, 30 de mayo de 2012

Por qué no puedo ser brasilera




A veces pienso que debería ser brasilera. Tengo caderas para sambar, me pongo dorada al sol, me encanta el abacaxi con hortela y soy devota de Iemanjá. también hace rato que en secreto hincho por ellos en los mundiales. Los envidio con el alma, pero qué otra cosa puedo hacer sino admirarlos. Sólo Tévez tiene tanto asombro al jugar. 


Pero dos cosas limitarían mi cambio de nacionalidad. Una es que no me sale gesticular tanto. Y la otra es que detesto el portugués. O, en realidad, el problema es que soy demasiado apegada al porteño. 


Buenos Aires es hermosa, tal vez la ciudad que más me gusta. Pero lo que más extraño cuando viajo es el idioma, la manera de hablar. Cuando aterriza el avión y alguien de tierra dice "bienvenidos a Ezeiza" a mí se me estremece el corazón de alivio. 


Muchas veces fantaseo con ampliar mis temporadas afuera y, más allá de otras razones, creo que la cadencia ondulante de nuestra manera de hablar es el canto de sirena que me mantiene cerquita.

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