Iba en el subte y en el andén percibo que un chico me mira, que insiste. Como si me hubiera dado tortícolis, giré mi cara para el lado contrario de donde viene el subte. El chico igual sigue mirando. Entramos al vagón, se me pone dentro de mi campo visual y yo intento neutralizarlo mirando para abajo. Al fin se anima y me pregunta si yo era yo. Levanto la cara y le respondo que sí, que yo era yo. Apenas sonrió lo reconocí: era un amigo de mi hermano a quien yo no veía hacía no sé cuánto tiempo. "Qué grande que estás," me dijo antes de contarme una síntesis de su vida, todo lo que se puede en una estación porque me bajaba en la siguiente. Como yo no recordaba el mail de mi hermano, le di el mío y nos despedimos.
Cuando se cerraron las puertas, la alarma fue como una señal de largada para que se dezippearan los archivos y entonces recordé perfectamente todo: que había sido muy, muy amigo de mi hermano mayor, que prácticamente vivía en casa como todos los amigos de mis hermanos, quienes vigilaban que sus amigos siguieran de largo después de que se frenaran a monitorear cómo iba creciendo la hermanita. Y que mi función en aquella época, en una ecosistema copado por hombres, era hacerme invisible: esquivar pelotazos, no pasar por delante de la tele, no cambiar de canal, no tocar las guitarras, ni el equipo de música, no pisar las fichas del Teg, no alentar a nadie en ningún torneo de videogame, no pasearme mucho en camisón, etc. A veces, la horda masculina notaba que me había planchado el pelo, por ejemplo, o me pedían que les convidara cuando preparaba alguna chocotorta. Después de unos años, que les presentara amigas.
Pero este viejo amigo del subte era distinto. Tan educado que mi mamá lo adoraba: siempre saludaba, por ejemplo. Y a mí también me saludaba: se paraba en la puerta de mi habitación, me daba un beso en la mejilla y me preguntaba por mis cosas, el colegio, los juguetes. Yo aprovechaba la diferencia de edad (yo 12, él 18) y usufructuaba su buena disposición para hacer todas aquellas cosas divertidas que ninguno de mis hermanos ni ningún chico de mi edad se hubiera dejado hacer: upa, caballito, que me revoleara por el aire, ponerle hebillitas en el pelo.
Una tarde yo estaba mirando tele en el sillón. Calculo que en shorcito porque tenía las piernas descubiertas. Yo estaba de costado, con las rodillas medio ovilladas, medio dormida. Mi hermano estaba en su habitación y este amigo fue hasta la cocina a buscar un vaso de agua y cuando volvió se acercó a saludarme. Me dio un beso en la frente, se sentó en el sillón al lado de mis pies y se puso a mirar los dibujitos conmigo. En un momento hizo algún comentario y dejó de mirar la tele. Otra vez la misma insistencia del subte, que yo ignoraba con la vista fija en las propagandas de juguetes.
Se inclinó un poco, apoyó un brazo en el respaldo y me acarició el pelo con disimulo. Acercó un poco más el cuerpo, pero sin tocarme, y el sillón me empezó a picar en las piernas. Traté de seguir el programa, pero dejé de mirar la pantalla para mirarlo él, que tampoco se movió y nos quedamos como estatuas, la punta del algodón del short que se rozaba con el jean a la altura de su rodilla, la mano de él en una parte de mi pelo que se desparramaba por el sillón. Mudos, respirábamos fuerte.
En el andén me quedé inmóvil mientras veía las luces del último vagón, sofocada por el agobio del viento caliente del subte. Salí a la calle, se me rompió la tira de la sandalia y después de una cuadra me quité los zapatos.
El frío y el calor de las baldosas fue lo único en lo que podía pensar. En eso y en que estaba caminando descalza en la ciudad por primera vez en mi vida.
10 comentarios:
Puff, Miss Y. Esto da para un cortometraje por todo lo alto, sabés?
Disfruté cada palabra, pero la imagen de esa tarde en el living me dejó toda "blandita".
Espero se entienda la metáfora... Saludos y ha sido un gusto leerte de nuevo.
Querida Casandra Cross:
El sillón era blandito también :)
También un gusto leer tu comment.
Besos!
Esta muppet es uno de los secretos literarios mejor guardados de Buenos Aires. Una especie de Jose Bianco 2.0
Multibesos.
Querido Mr_Wrong:
Lo saludo mucho, mucho.
¡¡¡Qué intenso!!! me encantó.
Y si... es muy extraño caminar descalzo por la calle. Yo lo viví hace un año y porque se me rompió una ojota. Je.
Querida Tulip:
Al principio me dio un poco de cosa andar con el pie desnudo en la baldosa, me imaginaba toda clase de repugnancias. Después me encantó.
Besos!
La comunidad virtual pide a gritos más de estos textos... óigala, óigala.
Trescaidas:
Pronto, muy pronto :)
Besos!
Hace un par de semanas me crucé con una chica que iba descalza con los zapatitos en la mano, por Sta Fé y Bonpland, creo.
Por la expresión de su cara, bien podría haber estado rememorando una tarde que miraba tele en el sillón...
Nuna:
Jeje, no, no era yo. Me tocó bajarme en Callao y las cuadras fueron pocas, juro que no caminé como poseída hasta Bonpland.
Besos!
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